Después de las palabras de John McEnroe parece una herejía agregar algo más; tal vez, lo mejor sea tan solo acompañarlo.
“Creo que he presenciado el partido más grande que he visto nunca. El drama, la calidad y la forma en la que terminó cuando parecía que no era posible que se jugara más tenis fue algo extraordinario. Estoy muy contento de haber podido ser una parte de ello, aunque sea de forma pequeña”.
Don John, tricampeón de Wimbledon, algo debe saber del teje y maneje del deporte blanco.
Aunque fuera por televisión y a miles de kilómetros, fue imposible sustraerse a la emoción del duelo épico entre Rafael Nadal y Roger Federer en Wimbledon.
Fue un juegazo que agotó adjetivos y obligó al uso de hipérboles para describirlo.
Si uno se sintió un privilegiado por haber sido testigo a través de la “caja tonta”, quienes estuvieron ahí deben estar en un estado parecido al nirvana.
Ganó Nadal, pero Federer le dio una soberbia batalla.
No sé quién lo dijo, pero en ocasiones la historia pasa delante de nuestros ojos.
Como pasó en 1986 con el gol de Maradona a los ingleses (también por tele , no hay de otra), el domingo la historia desfiló.
Lecciones. Más allá de un resultado, el deporte es un campo maravilloso para entender y aprender lecciones de vida.
Nadal se sobrepuso a la frustración (y el temor, imagino) de que se le escaparan tres puntos de campeonato y a una doble falta que le daba un nuevo aire a Federer, quien estaba en su charco.
El español sintió ese golpe, pero en lugar de lamentarse..., volvió a empezar. Demostró que lo que es de uno es de uno y nadie se lo puede quitar.
Federer, cierto, siempre anduvo a remolque del mallorquín y en más de una ocasión estuvo grogui..., pero jamás se rindió. Caído en su ley, el suizo prometió regresar porque la vida sigue.
Sin embargo, fue la grandeza de uno para aceptar la derrota y la humildad del otro para recibir la victoria la lección más generosa (ese cierre debería ser de visión obligatoria para los futbolistas del país).
Fue tan inolvidable el juego, que por un rato hizo olvidar la promesa –político al fin– del presidente del AyA, Ricardo Sancho, en la noche del sábado: “San José amanece el domingo con agua”.
¡Ah!, y en la noche los Yanquis dejaron tendidos a los Medias Rojas. ¡Qué domingo!