“Teníamos una buena vida, hasta que mi padre se inició en las drogas. Teníamos casa, un carro, todo lo necesario. Pero eso nos llevó a la pobreza, vivimos en precarios, a la par de ríos, piso de tierra y rancho de latas”, cuenta Noé Abarca cuando le pregunto cómo fue parte de su infancia.

Este atleta y estudiante de Ingeniería en Construcción del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) estuvo la semana pasada en los Juegos Universitarios Costarricenses 2019 (JUNCOS), donde participó en tres pruebas: 800 y 1.500 metros planos, y relevos 4x400.
En la primera obtuvo la medalla de plata, en la segunda fue quinto y en los relevos consiguió la presea de bronce. Pero más allá de esos logros, su historia, contada por la institución cartaginesa, sobresale por todo lo que dejó atrás para llegar hasta donde está ahora.
Suena sencillo, pero ser deportista y universitario requirió de una convicción envidiable, que no cualquiera puede desarrollar en las circunstancias que se vio envuelto.
Como él relata, su papá cayó en vicios que todavía mantiene, y cuando Noé tenía entre 5 o 6 años (no recuerda con exactitud), su mamá lo abandonó en el hogar de Atención a Menores Ambulantes (AMA) junto a otros de sus 11 hermanos.
De su mente no se borró el momento en que su progenitora lo dejó en el centro ubicado en barrio San Francisco de Asís, de Pérez Zeledón, aunque sin comprender lo que eso significaba.
"No sabía qué estaba sucediendo, pero recuerdo el primer día, porque me encontré con otro hermano que ella (mi mamá) había dejado antes. Me quedó grabado porque él tenía el brazo quebrado", mencionó.
Sin saberlo, empezó una nueva vida y la decisión de su mamá la ve como una medida de desesperación. Al mismo tiempo se convirtió en la oportunidad que necesitaba.
Asegura que no guarda rencores, algo que queda reflejado cuando rememora cada situación.
El albergue es administrado por Franciscanos de Cristo Obrero y ahí vivió durante casi siete años, por lo que se convirtió en su hogar.
“Tal vez no hay mucho cariño entre mi mamá y yo, pero le agradezco, porque es como darle una segunda oportunidad a alguien. A ella no la critico, no podía realmente con tantos hijos. Fue el mayor bien, porque mis tíos y algunos hermanos están en drogas, tengo un hermano en la cárcel”.
Después, con 14 años, se fue donde la familia de un amigo de la escuela, que vive cerca del hogar, y permaneció durante año y medio, hasta que decidió irse con su algunos de sus hermanos.

"Creí que ese lugar no era conveniente porque era un barrio con un ambiente de drogas y quería alejarme de eso, siempre tuve una alerta interna".
Iba al colegio y trabajaba para ayudar con el pago de un pequeño apartamento y pagarse sus pasajes.
Con ese pasado sobre la espalda, su mentalidad por no querer repetir la historia lo hizo salir adelante de la mano del deporte y el estudio.
Tenía pasado futbolístico, porque su papá fue jugador y un hermano estuvo en el Saprissa y la Selección Sub-20, pero el atletismo lo atrapó desde los 12 años.
“El atletismo me ha dado la disciplina para lograr lo que he conseguido hasta ahorita. Sin él tal vez hubiera sido un vago, no me hubiera esforzado, no hubiera terminado el colegio o entrado a la universidad. El atletismo da las ganas de levantarse en la mañana y entrenar. Me da fortaleza y serenidad”, explicó.
En la escuela y el colegio no repitió ningún año y salió con una especialidad en secretariado ejecutivo.
Durante ese tiempo y hasta ahora, no fumó ni probó una sola droga, pese a que las conoció y las tuvo al alcance desde pequeño.
Eso no quiere decir que los ofrecimientos para hacerlo estuvieran ausentes.
"Imagínese que viví en un precario donde la mayoría consume droga, un hogar donde muchos vienen de zonas conflictivas y consumen o tienen contacto con eso, y en el colegio, como en todos, se da la opción y en universidad ni para qué, pero siempre he tenido esa cautela hacia las drogas, porque no sé si es algo hereditario, porque la mayoría de mi familia consume. Entonces nunca, ni por experimentar".
¿Cómo construyó esa mentalidad? No tiene la respuesta exacta, pero cree que pudieron ser dos factores.
El primero, la ayuda psicológica que recibió en AMA y después el deseo de ser “alguien”.
“En el colegio aprendí a hablar con mi mente y saber que podía lograr las cosas. En sétimo y octavo pensé en salirme, pero sabía que podía terminar”.
En sus 23 años nunca le ha faltado nada. Asegura que de una u otra forma encuentra ayuda. Por ejemplo, con las tenis para practicar atletismo.
“Desde que recuerdo, yo no he comprado absolutamente nada, no he tenido necesidad, porque siempre han existido profesores, amigos, familiares que me dan zapatos, tenis, ropa... aunque no pida, siempre me topo con alguien que me regala cosas. La gente conoce la historia de uno y lo aprecian y saben que no tengo las condiciones en la parte económica”.
Actualmente vive las residencias del TEC, en Cartago, y cuenta con una beca para gastos personales.
