“No me gusta dar lástima", confiesa Rándall Leal, formado en un pequeño barrio marginal en La Isla de Moravia, en el que sus vecinos le apodan Gordo. Es bien conocido allí, en donde tiene a la mayoría de sus amigos, con los que se crió jugando en un planché de cemento.
A falta de una plaza cercana, Leal salía de la escuela y se dirigía al planché, el sitio elegido para la mejenga de la tarde. En el barrio y después entre los entrenadores de liga menor, se le conocía porque era distinto al resto; rápido, con cambio de ritmo y capacidad goleadora. Leal fue reclutado por Saprissa a los 12 años, luego de que un técnico lo descubrió en una cancha de fútbol cinco.
Desde antes entrenaba con el equipo de Moravia, el primer escalón de una carrera que lo llevó a dar varios saltos prematuros. Lo convocaron a la Sele infantil cuando era dos años menor que sus compañeros, debutó en Primera con Belén a los 16 y saltó a Bélgica a los 18.
Su premisa en aquel entonces es la misma de hoy en día: sacar a su familia de la pobreza, con la que convivió de niño y adolescente.

Su padre Rándall, en ese entonces chofer de un camión de basura de una municipalidad, hacía esfuerzos enormes para pagarle el taxi, el único medio para devolverse hasta su casa de noche, después de las prácticas.
Muchas veces no le alcanzó el dinero. A Leal le tocaba caminar durante 50 minutos hasta regresar a su vivienda en La Isla, una simple anécdota entre muchas otras que prefiere no revelar.
Insiste en que encontró en el fútbol la puerta para darle a su familia una vida mejor. Muchos de sus amigos más cercanos no tuvieron la misma suerte. Cuando lo reclutó la S optó por enfocarse en lo suyo y evitar las distracciones que prevalecían entre sus cercanos.
“Desde que llegué a Saprissa (12 años) dejé las juntas. Cuando uno viene de un barrio pequeño nota que hay familia y amigos que tomaron los malos caminos, entonces uno busca un rumbo diferente”, explica Leal.
“A mí me tocó duro, pero no me gusta dar lástima a nadie. Mi familia sabe lo que pasé, cosas extremadamente duras. Me tocó hacer demasiado esfuerzo, éramos pobres y uno tiene las tentaciones, pero mis papás y el fútbol siempre estuvieron ahí", agregó.
Ya en Saprissa encontró nuevas amistades. Quizás lo más llamativo es que dos de los jugadores con los que mejor se entendía en la cancha, y con quienes mantiene una relación cercana, hoy juegan afuera: Jimmy Marín (Hapoel Be’er Sheva) y Marvin Loría (Portland Timbers).
“Rándall siempre tuvo ese temple de echarse el equipo al hombro; en Costa Rica cuesta conseguir jugadores así. En esa época era un goleador”, explicó Edson Soto, entrenador de la primera selección menor a la que fue convocado Leal, en categoría Sub-17.
Fue en un amistoso entre esta camada y el equipo de Belén, que la dirigencia del club le ofreció una oportunidad de jugar en Primera.
El volante ofensivo optó por dejar las ligas menores de Saprissa y jugar con los florenses; posteriormente saltó a Bélgica para militar con el Mechelen, una decisión que le permitió madurar en lo personal y futbolístico, pues todavía era muy joven.
El penal. En una charla de 30 minutos con La Nación, Leal denota ser un tipo reservado y sencillo. Han pasado tres días desde que jugó su último partido con la S y de botar el penal que acabó por influir en el resultado final de la serie semifinal ante Herediano.
Cuenta Soto que, desde muy joven, Leal destacaba por “ser el mejor cobrador de penales” de su generación, razón por la que lo designó principal lanzador de la Selección que dirigía.
El jugador de 22 años lo considera una situación más en su vida, un sobresalto en medio de un torneo en el que resaltó como una de las figuras más sobresalientes y regulares en el once de Wálter Centeno.

“Un fallo (el penal) no puede manchar lo que se hizo en todos los partidos. Siempre jugué para el equipo, me llevo el cariño de la afición, pero dejo el equipo con ganas de revancha, de que el día de mañana podré llegar más maduro y ser campeón”, apuntó Leal.
Con el paso de los minutos, Leal empieza a sentirse más cómodo en la entrevista. Reconoce que no suele hablar con la prensa frecuentemente, pues prefiere dedicarse a jugar fútbol.
A estas alturas, tampoco le preocupa si algunos entrenadores creen que debió elegir un mejor destino que el Nashville Sport Club, un equipo de reciente creación en Estados Unidos. Por ahora, su objetivo es estar cerca de la Selección, pues se avecina la eliminatoria mundialista.
“La vida me ha enseñado muchas cosas. Nadie de los que critican mi decisión, le va a dejar una bolsa de arroz a mi familia”, afirma.
Antes de viajar a Estados Unidos, Leal espera que empiece a funcionar su nuevo proyecto, una escuela de fútbol que reclute a talentos de zonas con escasos recursos.
Por ahora, abrirá estos centros formativos en Hatillo y Moravia. Luego espera expandirse a otras zonas del país con el mismo fin.
“Muchas veces cuesta que alguien vaya a ver a los jugadores a los Hatillos abajo, o al barrio mío, con esta escuelita de fútbol es la oportunidad”, afirma.
