Hondo en mi corazón. Hondo en el alma de los costarricenses. Hondo en la historia del fútbol. Hondo en nuestra conciencia colectiva. Ahí está el programa Oro y Grana: 45 años de excelencia radiofónica.
El hombre que lo llevó de la mano a lo largo de once campeonatos mundiales y cientos de torneos es Miguel Cortés Valerio, una de las voces más bellamente timbradas, eufónicas, áureas y gratas al oído que han bendecido la radio, ese medio que no obsolesce, y en el que un hombre se ve reducido a su voz (su materialidad, color, textura, tesitura, entonación) y claro está, su pensamiento. Mucho más demandante que la televisión, donde la visualidad disimula mil imperfecciones de la dicción, la articulación, la emisión e impostación de la voz.
Oro y Grana llega al final de su ciclo de vida. Junto con Chelles, el país pierde una parte constitutiva de su alma colectiva. Dos instituciones entrañables, enquistadas en lo más profundo del ser patrio.
Miguel es mi gran amigo. Mi amigo en Mi bemol mayor. Mi amigo, sí, y me lleno la boca diciéndolo. Un ser humano egregio. Compañero leal en momentos de incertidumbre y dolor. Cuando, hace un año, tuve que someterme a una operación delicada, Miguel estuvo a mi lado. Solía traerme mis habituales golosinas, burlando la vigilancia del hospital.
Firme como una columna, cual los pilares o arbotantes que sostienen un templo. Así es su amistad: sólida, granítica, de una pieza. Podría disertar durante horas sobre las bondades de Oro y Grana y su creador: en su momento lo haré. Hoy solo quiero evocar a Miguel el amigo. Doy gracias a Dios por haberlo puesto en mi camino. Él ha hecho mi existencia más plena y más bella.
Íntegro, solidario, valiente, serio, disciplinado, audaz, noble, leal… Él me introdujo al gremio futbolero, mil veces más ético y humano que el musical o el literario (infiernos argolleros y mezquinos). ¡Ah, qué generosa ha sido la vida conmigo!