La forma de jugar el campeonato nacional de fútbol es un premio y un cultivo de la mediocridad. Además fomenta la improvisación, el cortoplacismo, y es un atentado contra la planificación y el desarrollo de un balompié que automutila sus alas.
Con los legionarios en plan grande y un mundial que nos puso en el mapa planetario, seguimos jugando de casita a lo interno. Los equipos grandes se refuerzan hasta los dientes para ponerse la corona, en un minitorneo maratónico, en el que lo único valedero es clasificar —aunque sea de rodillas— y jugar bien los últimos cuatro partidos.
Esa fórmula da para coleccionar títulos locales, pero no sirve para ganar una Concachampions y meterse en serio a las grandes ligas del fútbol. Cada cuatro meses van y vienen extranjeros, se mueven las fichas de un equipo a otro, pierden y obtienen trabajo los mismos técnicos y la mediocridad sigue acampando en los terrenos de juego, la mayoría inaptos para tener un mejor balompié.
Las buenas taquillas de las dos fases finales lo justifican todo. Hay una especie de prostitución de este deporte, pues un puñado de monedas es más importante que la justicia deportiva o el trabajo planificado a largo plazo que dé estabilidad e identidad a los diferentes clubes.
¿A quién le importa si los equipos se hacen añicos al finalizar el torneo y del anterior conjunto solo queda el utilero y el doctor?
Con estos torneos relámpagos, las urgencias son el pan de cada día. No gana el que planificó mejor ni se salva el que hizo un trabajo serio y a largo plazo, sino el que pudo armarse más entre un campeonato y otro. Y en el caso del campeón nacional, para peores, el que tuvo un golpe de suerte o llegó mas afilado a los últimos partidos.
La Liga, Herediano y Saprissa han ganado campeonatos en los últimos torneos que no merecían. La lotería de los penales o una racha de última hora los coronaron. Aunque hayan cambiado de entrenador a falta de ocho fechas, a pesar de tener tres técnicos en el minitorneo, sin importar que fue otro el mejor a lo largo de la campaña.
Hoy tenemos jugadores de respeto mundial y una Selección que evoca grandeza. Pero mientras mantengamos este campeonato, los equipos seguirán alejados de la realeza futbolera, jugando al futbolín casero y viendo el Mundial de clubes por televisión.