Yo veo fútbol desde los años setenta. No puedo dar testimonio de lo que sucedió con Saprissa antes del glorioso florilegio de cetros obtenidos durante esta década. Pero sí tengo una depurada percepción de lo que ha ocurrido en el equipo en el curso de este último medio siglo. Saprissa ha producido únicamente a dos porteros de magnitud universal: Marco Rojas (un caballero, un dandi, hombre culto y atildado, amén del eximio arquero que tantas veces ovacioné) y, por supuesto, Keylor Navas. Lo demás ha sido mediocre, grisáceo, insípido, porteritos de mazapán, en cuenta uno que se las da de guapetón, y se hizo célebre por el tanque séptico en que convirtió su boca al denostar a un colega y pariente: ojalá como portero hubiera tenido la mitad del talento que ha demostrado para el insulto procaz.
El último gran guardavallas que Saprissa tuvo fue Keylor Navas, en 2010. Desde entonces han desfilado por la pasarela del deshonor Victor Bolívar, Dony Grant, Adrián de Lemos, Danny Carvajal, Luis Michel, Jaime Penedo y el “trío maravilla”: Kevin Briceño, Aarón Cruz y Alexánder Gómez. De los tres no se hace la queratina de la uña del dedo meñique izquierdo de Gianluigi Buffon. Es inconcebible que Saprissa no haya logrado remediar una falencia tan puntual y concreta. En la masacre contra la Liga, Aarón Cruz demostró no ser capaz de detener un disparo raso medianamente peligroso, desde 25 metros de distancia. En la hecatombe ante Heredia, Alexánder Gómez probó que se lo pueden bañar en cualquier momento, y que Edward Scissorshands sería capaz de atajar un cabezazo con manos más firmes que él.
Saprissa está espiritualmente roto. Por una cuestión de respeto institucional y de respeto a su propia persona, Centeno debería renunciar. Han sido 13 goles en contra en 4 partidos. Han sido 3 derrotas consecutivas. Ha sido la evidencia de una vulnerabilidad y de una endeblez táctica que demanda cirugía inmediata.
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