Un miembro de la barra camina ensangrentado entre la multitud, pero eso no le impide molestar. Se mueve lentamente y regresa al epicentro de la bronca, en donde cerca de 50 policías tratan de controlar a los aficionados de La Ultra.
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Exacerbados, los fanáticos pelean codo a codo con la seguridad. No paran, ni cuando se acercan los jugadores de Saprissa a calmarlos, en una trifulca que nadie sabe a ciencia cierta cómo y cuándo se inicio.
Lo que en un inicio parecía una gresca entre los mismos aficionados morados de la gradería sur, pronto tomó aires de batalla campal, con la policía de por medio, intentando poner orden en esa zona en la que no ingresan los extraños.
Llegaron los jugadores, Michael Barrantes, Johan Venegas y David Guzmán, a pedirles que se detengan.
El árbitro Henry Bejarano se ve obligado a detener el cotejo como medida para tratar de apagar el incendio, pero nada pasa.
Ni la sangre, ni el arresto de dos aficionados paró el conflicto. La Ultra se amontonó para lanzar golpes y patadas cerca de la malla que se ubica detrás del arquero Leonel Moreira.
Ahí se agruparon los policías, obligados a utilizar la fuerza, insuficiente para frenar el caos.
Un fanático camina con un niño de la mano en medio del desastre, otros feligreses continúan saltando bañados en sangre y sin camisa, como si nada hubiera pasado.
Fue hasta que Fuerza Pública empezó a moverse, que se calmó el conflicto, como si nadie permitiera que entraran a su territorio minado.
El clásico fue parado por primera vez en el minuto 26, cuando Alajuelense iba a cobrar un tiro libre; el juego sufrió una pausa de cinco minutos.
Ocho minutos después de la reanudación, se dieron nuevamente los encontronazos en las graderías. Ante esto el central Henry Bejarano decidió paralizar el cotejo por 20 minutos.
Aunque la policía sacó de las gradas a unos cuantos aficionados, la revuelta no se detuvo hasta que los equipos se retiraron a los camerinos y se dio la intermediación del jefe de la seguridad del estadio.