Ni con Dios ni con El Diablo. Wálter Centeno perdió la batalla entre ser fiel a su idea futbolera o dar resultados al saprissismo, por encima de métodos y purismos.
El revolucionario de los 500 pases no contó con los pecados capitales arrastrados por sus elegidos para la revolución. El tema no era convencerlos, porque la mayoría se entregaron al credo de la posesión, seducidos por ese gusto innato por no soltar la pelota.
No. El asunto no era discutir la bondad de tener el cuero más tiempo que el rival. Lo complicado para “Paté” fue conjugar en uno solo al artista y al obrero. Al Messi, al Xavi y al Iniesta, magos de la pelota, que en los tiempos grandiosos de Guardiola se mataban por recuperarla para esculpir maravillosas jugadas de ataque.
El ADN no se cambia de la noche a la mañana. Porque no es cuestión de querer. Para su revolución necesitaba una generación diferente, concebida con otro credo y otra praxis. Ya con la madurez sobre sus hombros, resulta imposible que un grupo de futbolistas asuma el despliegue físico y dinámica que en su juventud no se le inculcó.
Para defender la posesión no basta con ser técnico, habilidoso o creativo. Hay que tener piernas y corazón para ir por la pelota luego de perderla. Con la habilidad se puede nacer, pero la dinámica, el ritmo, el sacrificio, hay que trabajarlos desde los tiempos escolares. En la Universidad es imposible.
En este Saprissa de Centeno hubo muchos entregados a la causa de la tenencia. De esos, pocos tenían las piernas para sumar al trabajo de la recuperación. Para peores, entrados en años, el ir y venir terminaba desdibujando sus buenas artes con el balón.
Por si fuera poco, los de atrás, marcados también por su infancia futbolera, se consumieron en la tarea de intentar jugar bonito y defender como verdaderos troyanos. Los que corrían no jugaban y los que jugaban no corrían. La pasantía de defensores se hizo larga y cada uno de los que llegó tuvo que arrastrar los estigmas de su antecesor.
En unos años, cuando todos los equipos tengan generaciones graduadas en sus centros de alto rendimiento, tal vez “Paté” pueda volver a intentar con éxito su revolución. Por ahora, le tocó pagar con creces su miopía para ver que no era su tiempo, y que su sueño era imposible.