Hay que poner el alma. La confesión sincera de algunos futbolistas de Alajuelense de que les había faltado esfuerzo o que al menos no jugaron contra Herediano con la fe y convicción que exigía el primer reto de la final de Apertura, debe llamar a la reflexión a los rojinegros y, en general, servir de lección para todas las personas, sean cualesquiera sus actividades.
Si uno no pone el alma en lo que hace, las cosas no salen bien, pues ni el talento innato ni los pergaminos funcionan sin el amor y determinación suficientes ante cualquier desafío. Por eso, aparte de agradecer la honestidad del manudo José Salvatierra al reconocer que el miércoles no estuvieron a la altura de las circunstancias, los erizos deben disponer mañana del máximo potencial para revertir esta muerte anunciada, si de veras aspiran a levantar la esquiva copa número 30 en el año del centenario, en vez de arriesgar al todo o nada en una finalísima que acarrearía millones de colones a sus arcas, un caudal contante y sonante que, paradójicamente, resultaría inútil para curarlos de espantos.
Un fantasma travieso y malévolo salpicó a Adonis Pineda en su noche del olvido. Retomar su credencial de centinela y candado exigirá del guardameta hojancheño sed de revancha, concentración, fuerza mental y los reflejos felinos que le caracterizan. Así las cosas, la historia del segundo duelo, con un eventual cetro liguista o el drama de la postergación, se tendrá que escribir de otra manera. O sea, Pineda, Salvatierra, Cubero, Lassiter, Ureña… tendrán que dejar la piel en la gramilla si pretenden revertir las cifras y, en función de ello, frenar y doblegar la casta innegable de los orfebres del “¡ninguno pudo con él!”; léase, los mil pulmones de Óscar Esteban, la vuelta de Gerson, la vocación de Burke, el instinto letal de Rodríguez y la jerarquía de “Azo”, el interminable arquitecto.
En síntesis, la fiesta del fútbol nos ofrecerá este domingo el choque crucial entre fuerzas equilibradas: el ajedrez de Giacone y la capacidad probada de Carevic. La moneda está en el aire y por ende para los dos. Sin embargo, más allá del dictado de la ley de Newton, hay que poner el alma.