A la Liga le sobró faja, mientras Saprissa se niega siquiera a insinuar un jalón de orejas.
Quizás entre uno y otro esté la receta perfecta.
Alguien debe decirle al jugador de fútbol sus derechos: tiene derecho a no salir contento si lo sacan de cambio. Tiene derecho a enojarse si otro compañero se queda en el campo con un rendimiento menos que aceptable. Tiene derecho a comer chicle para masticar la bronca. Tiene derecho a querer jugar 90 minutos. Tiene derecho a tener ilusiones, desencantos, aspiraciones, frustraciones, criterio.
Y, lo más importante: tiene derecho a guardar silencio; todo lo que diga puede ser usado en su contra.
Tiene derecho a salir renegando con la cabeza al estilo de Christian Bolaños. O golpeándose el pecho a lo Johan Venegas. También con ademanes con los brazos, como espantando moscas a lo Ariel Rodríguez. Tiene derecho a dar declaraciones insensatas como Jerry Bengtson o Róger Rojas. Tiene derecho a saber las consecuencias de sus disconformidades hechas públicas.
En la Liga, Rojas necesitó pedir disculpas públicas, entrenar tres días en el purgatorio y cumplir un segundo partido fuera del once estelar.
El aislamiento se habría extendido de no ser porque en el club manudo convencieron al técnico Dos Santos de que ya había sido suficiente castigo, según sé de buenas fuentes.
¿No bastaba con la reprimenda en privado, las disculpas al técnico y a los compañeros, especialmente a McDonald, además de las muestras públicas de arrepentimiento?
¿Hacía falta separarlo del grupo y exponerlo?
Bastaba quizás con obligarlo a agachar las orejas y un “no lo vuelvo a hacer”, porque ciertamente ningún técnico debe permitirle al jugador que lo rete a dejar en banca a otro.
Mientras tanto, en Saprissa no escucho otra cosa que la infinita comprensión al enojo de cada jugador que hace berrinche al salir de cambio. Incluso, el discurso tiene un aire de beneplácito por el deseo de “los muchachos” de jugar.
No nos hagamos los tontos: una cosa es el deseo de jugar o el enojo por salir y otra dejarlo ver a los cuatro vientos. Lo último que necesita un técnico como Vladimir Quesada, cuestionado desde la grada, es que la afición interprete que ni los propios jugadores respetan sus decisiones.
Si han corregido a lo interno, no parece haber surtido efecto. Desde afuera, uno no puede más que pensar que en Saprissa falta lo que en la Liga es casi excesivo.