No, amigos, no basta con decir: “una cosa es su vida, otra su legado futbolístico”. Un ser humano tiene un ethos que queda plasmado en su vida como en su profesión. Aparte de ser el mejor jugador de su generación, Maradona era mentiroso, marrullero y tramposo: estos antivalores contaminaron su fútbol.
La mano contra Inglaterra fue un pillaje, un robo, una tomadura de pelo para el mundo entero. Cierto: después marcó el mejor gol mundialista en la categoría de jugada individual (goles colectivos los hay muy superiores). Pero eso no limpia la estafa: un gesto estético no puede blanquear un gesto ético: son departamentos axiológicos diferentes. Yo no puedo robarle el carro al vecino, y luego limpiar mi delito pintándole la fachada con bellos colores.
En el mundial 1990 Bilardo metió a la cancha una caja de hielo con bidones, para que los jugadores se refrescaran. Uno de ellos contenía sedativos. Maradona vio que Olarticoechea iba a tomar del bidón envenenado y lo alertó: “¡No, no: de ese no!” El que terminó tomando fue el brasileño Branco, que poco después salió expulsado. Este crimen pudo haberle costado la vida a Branco, o bien una grave suspensión por consumo de sustancias prohibidas. Maradona confiesa todo esto descamisado, echado para atrás, ebrio, la panza pelada, procaz, muriéndose de risa con sus secuaces. Alguien dirá: “los brasileños se fueron de inocentes”. No, no se fueron de inocentes: asumieron que estaban jugando contra 11 caballeros, no 11 rufianes. ¿O es que para no pecar de inocentes tenían que haberlos revisado para verificar que no trajesen dagas o AK-47 escondidas en sus uniformes?
El dopaje de 1994 es la punta del iceberg: ¡sabrá Dios cuántas veces jugó dopado, en Nápoles como con la Albiceleste! El ethos deportivo no puede divorciarse del ethos vital: ambos se confunden. Fue marrullero en vida y en el fútbol. Una antología universal de antivalores: humanos como deportivos.