Un futbolista que únicamente sea un virtuoso de la técnica, dueño de mil destrezas físicas, pero que careciese de fibra moral, podrá tener éxito en un circo, pero jamás ganará un campeonato del mundo. He visto jugar a futbolistas mejor dotados por natura que CR7, más flexibles, más gambeteadores, con una relación más íntima con el balón. Pero jamás he visto a un atleta con su fuerza de voluntad, su determinación, su carácter. CR7 no solo tiene músculos en el tórax y las piernas: los lleva en el alma. La fuerza de voluntad es justamente eso: el gran músculo del espíritu. Un músculo que se tonifica, o bien languidece en la atrofia. El mundo del fútbol está lleno de malabaristas y gladiadores que no tienen músculo en el alma: sus voluntades son flácidas y agostadas. No así CR7.
Estuve largo rato observando y volviendo a observar la expresión de su rostro antes de cobrar el tiro libre con que a tres minutos del final establecía la paridad contra España. Momento dramático, momento de alta tensión, momento para los que no se quiebran, para los verdaderos guerreros. Desde que vi esa expresión severa, concentrada como un rayo láser, esas vigorosas exhalaciones con las que parecía expulsar de su ser todo lo que conspirara contra la jugada, los demonios del autosabotaje, la energía negativa. Y supe, supe positivamente que iba a anotar el tiro libre. Supe que sería gol. Supe que unos instantes después estaría celebrando su anotación con su clásica postura de superhombre. No me pregunten cómo ni por qué. Fue una certeza absoluta. Él me la transmitió.
CR7 se ha esculpido a sí mismo como futbolista. Pero no se limitó a ese físico que Fidias o Praxiteles hubieran querido cincelar. Me refiero a la materia de que está hecho su espíritu. Es indoblegable, es tenaz, es voluntarioso, es persistente, es disciplinado, forma parte de ese linaje de hombres que se fijan una meta y no descansan hasta alcanzarla. Mientras viva no olvidaré la manera en que miró el balón antes de cobrar ese tiro libre. Eran 100.000 voltios… bajo control. Furia, ira, agresividad… bien asidas por las bridas de la razón. Afortunadamente eligió ser futbolista, que de haber escogido ser asesino serial, habría sido el más sanguinario de la historia.
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