Mata de Guineo es un sitio construido por la naturaleza con infinidad de matices de verde: verde limón, verde seco, verde oscuro, verde claro. Es una pena prestarle atención después de ocurrido un desafortunado suceso, como lo es el secuestro de una bebé de nueve meses, hija de una niña de 13 años (cumplirá 14 a finales de este mes).
A lo largo de unos 500 metros en forma de serpiente, en Mata de Guineo, en Cervantes de Alvarado, están las viviendas con considerable terreno entre ellas para vivir “cada uno en su casa, y Dios en la de todos” y las cómplices chayoteras, con los soportes y el entrelazado para sostener los quelites mientras crecen de forma uniforme hasta transformarse en chayotes para el consumo y el negocio.
El nombre Mata de Guineo no le hace honor. Quizás en el pasado, pero en estos días quien visite el barrio verá si acaso un par de racimos.
Varias callejuelas de lastre comunican con otros caminos y otros más, perfumados por el olor de los animales de granja. Y es ahí donde el barrio se transforma en un laberinto. Como en el cuento de Borges, un laberinto edificado para que se perdieran todos los hombres. En nuestra era, incluidos los secuestradores, los violadores y los narcotraficantes.
La casa de la niña está ubicada en la entrada, poco después de la carretera principal, es la zona más poblada, entre comillas, porque en todo Cervantes apenas residen 6.916 personas, según el censo del 2022 del INEC. Niños de 0 a 4 años son 489 y de entre 10 y 14 años, 507.
Hacia Santiago, si se camina, como lo hizo ella empujando el cochecito, antes y después de la curva por donde le fue arrebatada la bebé, se ven las casas protegidas por portones fáciles de saltar, pero en varias se lee el rótulo “Prohibida la entrada: cámaras grabando”.
Estos detalles no son de poca importancia. Los vecinos, habituados al saludable silencio acompañado de trinos y cacareos, aseguran no haber escuchado ningún ruido diferente el Domingo de Resurrección, día del secuestro, incluso, no haberla visto pasar por el camino de las chayoteras.
Donde sí sabían de ella es en las viviendas más cercanas a su entorno. Una de las vecinas trató de transmitirme el sentimiento experimentado cuando se enteraron de que la adolescente, en aquel entonces de 12 años, quedó embarazada. Aducen haber llamado al PANI y a la Policía, sin éxito. Cuentan sobre fiestas, pleitos y otros lamentables sucesos que eran vox populi y no los dejaban dormir.
Lo intuían, lo inferían, lo sospechaban... Una niña embarazada difícilmente pasa inadvertida. Las culpas de lo sucedido están bien repartidas.
“Le organizamos el té de canastilla”, comenta una joven, con una bebé en brazos, mientras se dirige apresurada a tomar un bus para ir a trabajar. “Yo le pasaba ropita de mi hija”, agrega, y relata su preocupación porque en la casa de la muchachita eran frecuentes los gritos. “Algo no andaba bien”.
¡Por supuesto!, nada anda bien donde una menor fue violada. Se empieza a saber que entre el paisaje, admirable desde cualquier punto donde uno se detenga, en Mata de Guineo una terrible historia se escribía por capítulos ante los ojos de personas ocupadas en sus quehaceres, preocupadas porque —explica una vecina— gente de “fuera” se fue a vivir entre ellos en los últimos años. ¿De San José?, pregunto. Sí, responde, pero también “de fuera”, insiste.
Se refiere a extranjeros, peones de las fincas cuyos propietarios se protegen, como en el resto de Costa Rica, con rejas y portones para no ser víctimas del hampa.
Mata de Guineo, sin embargo, no es residencia de campesinos con chonete y cutacha, tan echados de menos por quienes viven añorando los valores del pasado. Aunque parte de esos “valores” perviven, como colige el perspicaz lector.
Combina residencias de clase media media —con un recortado frente enzacatado y vehículos estacionados al aire libre— con viviendas pequeñas (“dignas”, precisarán los funcionarios de la seguridad social, celosos de estos detalles), quizás construidas por “los de fuera” y “los de dentro”, y, detrás de la calle, un caserío más próximo a la idea capitalina de una barriada.
Es una linda montaña, y como tal, en Mata de Guineo, sin descorazonarse, se apegan a la fe para moverla y encontrar a Keibril Amira García Amador. Un grupo de amigas solidarias organizan vigilias a las 7:30 p. m. Cada día se une más gente. “Pasan y se persignan; es increíble”, detalla una de las organizadoras, con quien se han comunicado personas de otros pueblos, de otras ciudades, de otras provincias.
Al lado de la fe se lleva a cabo la acción policial. Siguen pistas, hurgan en celulares, toman muestras de ADN, barren la zona, se mueven de finca en finca y de distrito en distrito. Cuando menos 200 hombres y mujeres buscaban ayer a Keibril Amira con equipo especial.
Con ese ahínco debió actuarse mucho antes de noviembre del 2021, cuando —según mis cuentas— “ignorado” embarazó a la mamá de Keibril Amira. Quién sabe durante cuánto tiempo la tuvo viviendo en el infierno del abuso sexual.
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La autora es editora de Opinión de La Nación.