
“Que la paz pueda colgarse del cuello como una medalla dice menos del premiado que de la degradación ética de quien la concede”.
El análisis que sigue se apoya en las reacciones de reconocidos periodistas satíricos de Estados Unidos, quienes señalaron con ironía la evidente y vergonzosa sumisión institucional de la FIFA al conceder un denominado “Premio de la Paz” al presidente Donald Trump.
La FIFA acaba de superar su propio récord de insensatez. En un gesto que mezcla oportunismo, servilismo y una alarmante falta de pudor, decidió otorgarle a Trump un flamante “Premio de la Paz”. No el Nobel —eso requeriría algún vínculo con la realidad— sino uno creado a la medida, como esos trofeos de participación que se entregan para que nadie haga berrinche. Jon Stewart lo resumió con precisión quirúrgica: un premio inventado para apaciguar a un ególatra frágil.
El trofeo, con manos rodeando al mundo, parece menos una alegoría de la concordia que una metáfora del sometimiento. Stewart ironizó: el mundo estirando la mano para acariciar el ego presidencial. Y Trump, fiel a su personaje, no dudó en colgarse la medalla de inmediato, sin siquiera guardarla. sed de reconocimiento en estado puro.
Lo grotesco no es solo el premio ficticio, sino la disonancia obscena entre el discurso de “paz” y la práctica política real. Mientras se repartían medallas doradas, la administración Trump hablaba de aumentar presiones, amenazas y escenarios de guerra en América Latina. Como dijo Stewart, la nueva doctrina parece ser: no matar gente allá; matarlos aquí, en nuestra zona horaria. La paz, al parecer, depende de la geografía.
Jimmy Kimmel fue igual de claro: que la FIFA entregue un premio de la paz es como si la NASCAR (National Association for Stock Car Auto Racing) repartiera premios Peabody (premios anuales internacionales que se entregan a la excelencia de emisiones de radio o televisión en Estados Unidos).
Sin valor
No significa nada. Es un gesto vacío para evitar problemas, para que el niño mimado no arruine la fiesta del Mundial. Un regalo extra para que no haga pataleta. Trump lo llamó “uno de los mayores honores de su vida”, confirmando que la ceremonia cumplió su objetivo: inflar el ego, no promover la paz.
Seth Meyers añadió otro detalle revelador: la maniobra funcionó tan bien que, en minutos, el otrora “America First” estaba dispuesto a rebautizar el fútbol americano para alinearse con Europa. Un falso premio de paz y ya estaba cambiando de bando deportivo. Stephen Colbert lo dijo sin rodeos: estos trofeos de participación han ido demasiado lejos.
Con base en lo anterior podemos concluir que el problema de fondo no es Trump. Es la FIFA. Una organización que, una vez más, demuestra que sus valores son negociables, que la ética se subordina al poder y que la adulación es su idioma preferido. Con esta acción, la FIFA viola abiertamente su propio “Código de ética”, que exige a la organización y a sus miembros mantener una neutralidad política estricta.
Por eso, frente a este espectáculo bochornoso, queda un gesto posible y coherente: no mirar. No consumir. No legitimar. Invitar, como acto de protesta cívica, a no ver los partidos de este próximo mundial. Porque el fútbol podrá ser pasión, pero no debe ser excusa para aplaudir el servilismo ni para normalizar la farsa. A veces, el silencio frente a la pantalla es la forma más clara de decir “basta”.
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Jaime E. García González es profesor catedrático jubilado de la UCR y la UNED.