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Un paseo para dominguear

Cuentan que los que se atrevían a tirarse al mar morían comidos por los tiburones. Yo lo dudo. Mi sospecha, en realidad, es que la mayoría de ellos no sabía nadar bien

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Tendría nueve añitos, si la memoria no me falla. El paquete turístico costaba primero un colón; más adelante, debido a la enorme popularidad que llegó a alcanzar, pasaría a valer el doble. Incluía el traslado ida y vuelta en panga desde mi natal Puntarenas, la hidratación, y, como principal motivación, el espectáculo circense de ver en una jaula de escasos dos metros cuadrados a Beltrán Cortés Carvajal –recién reingresado al presidio–, todavía con su deformidad en el brazo derecho producto de la fractura, las operaciones fallidas y las secuelas de una sífilis terciaria. Su reputación se la tenía bien ganada porque en 1938 había asesinado a Ricardo Moreno Cañas y a Carlos Echandi Lahmann. La exhibición al sol de su cuerpo semidesnudo, quemado y demacrado, fue orden del entonces presidente, León Cortés Castro, años antes de las modificaciones sanitarias que aliviaron las condiciones del penal, por ahí de 1950.








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