La mujer es un norte, un punto de referencia. En palabras del filósofo Julián Marías: «La mujer ha sido siempre la transmisora, la portadora del sistema de creencias de una sociedad y, en este sentido, la gran educadora. Nada importante arraiga si antes no pasa por la mujer, si ella no lo adopta».
Gestoras de corrientes culturales y cambios sociales, las mujeres francesas son las primeras en ser aceptadas en las universidades europeas, en 1880. En Austria, ejercen finalmente el derecho al voto en 1901. Se implican masivamente en el mercado laboral durante la Primera Guerra Mundial asumiendo puestos de trabajo que los hombres dejaron para ir a la guerra. Sanidad y enseñanza, dos sectores en los que demuestran su talento.
Su presencia en movimientos reivindicativos políticos y de pensamiento ha repercutido en la cultura y en los modos de vida. En las últimas décadas las mujeres han entrado en el mercado de trabajo de forma masiva: un 51 % de la población en la Unión Europea. Este continente se planteó un objetivo principal en el 2020: incrementar la participación de la mujer, su tasa de empleo en un 75 %.
Estas medidas pretenden dar impulso al crecimiento económico, mitigar los riesgos sociales y público-financieros derivados del envejecimiento de la población. ¿Resolverá este objetivo político la sostenibilidad económica y social?
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Maternidad y paternidad
La transformación cultural que la mujer ha protagonizado parte del hecho biológico de su capacidad para ser madre. Una revolución existencial que recuerdan las palabras de la filósofa Hannah Arendt: «La única innovación radical en la historia es el nacimiento de un nuevo ser humano».
Apoyar la maternidad y la paternidad es un objetivo neurálgico de cara al invierno demográfico. Difícilmente habrá economía y cultura sin educación y relevo generacional. Pareciera que por esta senda transita la sostenibilidad. Pero la maternidad no es solo biológica, sino también espiritual.
Muchas mujeres eligen no ser madres y otras no pueden serlo. Los vínculos humanos no son exclusivamente biológicos. El parentesco físico o legal crea fuertes lazos morales y espirituales basados en el amor y el respeto mutuo.
¿Qué es lo que algunas mujeres piensan y quieren en este siglo? Quizás participar y contribuir a la configuración de la sociedad o tener una familia unida y sólida.
En ello se reconoce que tienen un puesto central: son insustituibles como madres. Quizás por eso hagan a veces un paréntesis en sus carreras profesionales: no hay incentivo económico para este tipo de mujeres que compense esta experiencia.
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Políticas públicas
Es una mujer que quiere ser buena madre y buena profesional. Algo positivo y posible. Su maternidad no suprime el resto de sus capacidades. Pero la realidad es que ser una madre dedicada completamente al hogar es un lujo. Se necesitan dos o más ingresos en la economía familiar.
La dedicación a la familia merece un enorme reconocimiento social y personal. El trabajo remunerado no es el principal indicador de valía de una persona. Para Janne Halland, intelectual nórdica dedicada a la vida política, para la mujer que quiere compaginar su vida profesional y su vida personal se necesitan políticas públicas favorables a la maternidad y con sentido social. Soluciones prácticas y eficaces.
No es una cuestión femenina, sino humana, pues la mayoría de los hombres también ambicionan formar una familia. No venimos de planetas distintos. Trabajamos y soñamos juntos. Esto muestra un nuevo rostro del feminismo: el neofeminismo, de origen europeo, celebra la igualdad en derechos y la diferencia en las formas de ser y sentir que hace tan atractiva y rentable la complementariedad y la corresponsabilidad entre hombres y mujeres.
Una apuesta inteligente. Ante la mujer no cabe más que el asombro: ella no ha utilizado la fuerza, sino la fortaleza para abrirse paso y dar al mundo un rostro más humano. Un norte al que debemos aspirar.
La autora es administradora de negocios.