El país no se cae, lo desgraciaron desde que la incapacidad se congratuló con las habilidades blandas; esas tiernas y eclécticas habilidades que ahora se posicionan no solo como ciertas, sino como verdaderas, como la madre de las ciencias.
La más tierna de las blandas habilidades, la creencia, ocupa el trono en los poderes del Estado. En ella se sustenta el arte de tener la razón, aun cuando la racionalidad esté ausente. Esa habilidad registra la flaqueza mental de muchas personas que ocupan un puesto para el ejercicio de su inutilidad.
En una universidad pública, encontré desde la entrada un sendero de salmos, frases tan blandas como vacías de habilidades. No había escuela ecuménica que las justificara en medida alguna.
Había también un séquito de panderetas, poseído por algún sujeto humano con título en informática o ciencias de la computación, administración, derecho y otros de pretendida racionalidad académica.
Me contrataron para brindar conocimientos introductorios o principios sobre economía. El estudiantado, cien por ciento intoxicado con aquella tierna habilidad blanda, evitaba el texto; la lectura y práctica estuvieron ausentes en el semestre de cuatro meses.
Se dedicaron a medio oír, pero no escucharon; a medio ver, pero no observaron. Ante mi reclamo, un afanado buen muchacho me espetó “tranquilo, profe, todo va a salir bien, el de arriba nos guía, Dios siempre está al lado de nosotros”. ¡Los demás aplaudieron y vociferaron amén!
Solo una persona ganó el curso con un siete, gracias al redondeo. El pastor de la tierna y divina habilidad blanda me invitó a pasarlos a todos, ¡y así se hizo!
Permanezco en el asombro, pero por la práctica cotidiana; esa experiencia involuntaria que estorba, cual incómodo trompo en la bolsa del pantalón.
En un juicio, una jueza se justificó con una divina blanda ley al ser cuestionada: solo la ley divina es perfecta, la ley de los hombres es imperfecta. Solo Dios es perfecto y castiga a su tiempo, los jueces somos imperfectos.
Así, el delincuente gozaba en el estrado, ¡Dios lo salvó de lo peor, pues el castigo fue inhabilitarlo para ejercer la profesión que desde hacía 12 años no ejercía!
Luego, leí que la ministra de Educación manifestó: “Yo estoy tranquila porque el de arriba me puso aquí y él tiene que decirme de dónde voy a sacar la plata y los recursos y cómo voy a resolver”. No me quedó claro quién es el de “arriba”, si se refería a Dios o al presidente, Rodrigo Chaves, o si son la misma persona.
Me pregunto en qué consiste la educación, para qué estudiamos quienes hacemos esa grosera acción de ejercitar el entendimiento. Me deja perplejo tener que buscar el fundamento científico del 8 % del producto interno bruto (PIB) para la educación.
Leo y escucho justificaciones del modus vivendi, pero no encuentro argumentos lógicos, aun cuando solo sirvan a la belleza del arte para tener siempre la razón.
Unos y otros muestran tan solo un modus operandi con el cual pretenden glorificar su modus vivendi. Unos y otros me muestran que operan como el parásito social, chupando del PIB más de lo que le aportan.
El mismo Estado de la Educación no brinda razones sobre el 8 %, menos una explicación científica, la cual es imposible. Pregunten a Laura Chinchilla, Guillermo Solís y a quienes ocupan puestos de rectores en universidades públicas. Todo lo que vivimos se basa en tiernas blandas ocurrencias de aquellos escasos de capacidad para la racionalidad.
El autor es economista y politólogo.
