
Pocos se imaginaron la profundidad de los cambios geopolíticos que se vendrían con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Los virajes en política interna y externa de la superpotencia estadounidense son impactantes.
De seguido al “Día de la Liberación”, múltiples expertos y medios de comunicación locales e internacionales, salieron al paso a indicar que el precio de los aranceles de Trump se haría sentir principalmente en los bolsillos de los consumidores. Lo cierto es que en estos días fue nada menos que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, quien públicamente reconoció que los efectos de los aranceles no estaban alcanzando los niveles catastróficos que se habían anunciado en meses pasados por parte de los expertos.
La inflación y el empleo marchan por buen camino. Incluso estimaciones recientes indican que los aranceles se han convertido en una refrescante fuente de ingresos para el fisco estadounidense, lo que podría significar $1,3 billones en los próximos años. Tal y como lo comenté en otro artículo, la política arancelaria de Trump no solo tiene tintes comerciales y geopolíticos, sino también, de política fiscal.
Empero, a pesar de que la economía de Estados Unidos ande bien, incluso con mercados bursátiles batiendo récords, las dificultades fiscales no han desaparecido. Por el contrario, el dilema de Triffin sigue más presente hoy que nunca.
La ventaja exorbitante que ha significado mantener la moneda reserva global implica también un problema importante de credibilidad cuando la superpotencia debe sostener déficits comerciales continuos y sostenidos a lo largo del tiempo.
Cuanto más se “imprime”, más credibilidad tiende a perder el dólar. El mundo no es ciego a la grave situación de deuda en Estados Unidos, que si bien está lejos de ser el único país que batalla contra este problema, sí es el único cuya moneda, el dólar, es la moneda reserva que utiliza el mundo entero para la gran mayoría de sus transacciones internacionales y sigue representando cerca del 60% de las reservas internacionales, según datos del FMI.
Los $37 billones en deuda de Estados Unidos presagian un problema económico y político profundo, que el mismo Powell describió, meses atrás, como una “tendencia insostenible”. El problema trasciende a Estados Unidos y parece ser producto de lo que se asoma como una serie de transformaciones estructurales en el orden monetario. Dichas transformaciones, como es común en la historia de la humanidad, devienen como resultado de importantísimas innovaciones y mejoras tecnológicas.
En días recientes, en círculos financieros globales, se especula sobre la potencial devaluación del dólar. El oro parece enviarnos una señal. Algunos lo consideran el “canario en la mina de carbón”. El subidón ha sido del 58,90% de enero a la fecha, lo que pone nerviosos a muchos. Bitcóin, a pesar de su volatilidad histórica, se ha perfilado según BlackRock, como el activo financiero con mejor desempeño de los últimos 15 años y registró su precio más alto –en $125.000– hace pocos días.
El bitcóin ya representa más de $2,2 billones en su capitalización de mercado y pasó de ser la “criptomoneda del crimen organizado” a ser parte integral de los portafolios de inversión de millones de inversionistas a nivel global, principalmente a través de la facilidad que brindan los “Fondos Cotizados en Bolsa” que han visto flujos impresionantes de capital, buscando posicionarse y diversificarse.
Nayib Bukele, en El Salvador, ha sido uno de los pioneros en la adopción de bitcóin, y ha acumulado en las reservas de ese país cerca de 6.246 bitcoines. El mismo Donald Trump anunció ya hace meses la creación de una Reserva Estratégica de Bitcóin, y la superpotencia se convierte, de esta forma, en uno de los primeros países en el mundo que marca la pauta.
La reflexión obligada salta a la vista. ¿Deberían los países diversificar sus reservas ante los peligros de devaluación marcada del dólar y el nuevo contexto geopolítico? ¿Deberíamos invertir en oro y bitcóin tal y como lo están haciendo naciones, bancos centrales, “compañías tesoro” como Strategy, fondos de inversión e individuos?
De esa pregunta no se escapa Costa Rica, con reservas históricamente altas de más de $15.000 millones, pero sin oro y sin bitcóin. Luego de las sanciones económicas y financieras a Rusia, cada vez son más los países que eligen, si no desdolarizar, al menos diversificar. El rumbo insostenible de la deuda estadounidense y los reacomodos geopolíticos, con grandes países de BRICS intentando depender cada vez menos de Estados Unidos, podrían generar, en un plazo relativamente corto, una fuerte y sostenida presión alcista en el precio de esos commodities. ¿Será que estamos presenciando, en directo, señales tempranas de un cambio en el orden monetario global?
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José Pablo Rodríguez es experto en Comercio Internacional y Relaciones Gubernamentales. Actualmente, es árbitro y mediador en la Comisión de Arbitraje Económico y Comercial de Shanghái y en la Corte Internacional de Arbitraje Comercial de Shenzhen.