Regalar un libro es un elogio indirecto al buen gusto del receptor. También, paradójicamente, una manera impensada de juzgar cuán equivocados estábamos en eso del “buen gusto”. En todo caso, obraríamos más cuerdamente si antes de obsequiar un libro examináramos con más atención el contexto habitacional y el tiempo libre del supuesto lector.
En lo primero, si lo que predomina en su hogar no es nada parecido a una biblioteca, sino el embrión de un bar… a lo mejor con un licor barato habríamos logrado nuestro cometido.
En lo tocante al uso que hace de su tiempo libre el objeto de nuestro obsequio, si le preguntáramos concretamente por sus intereses literarios, o simplemente librescos, lo más seguro es la respuesta manida: “¡Es que no tengo tiempo para leer!”, o la que tiene que ver con el bolsillo: “¡Es que los libros están carísimos!”. Ni una ni otra son sinceras.
En cuanto al tiempo, no es que no se tenga. Simplemente, es que se dedica a cosas que realmente gustan: ver la tele por horas, frecuentar bares y discos, asistir a bullangueros conciertos populares de precios prohibitivos, ir al estadio a mostrar su educación a gritos, reunirse con los amigotes para compartir bebidas espirituosas y contarse chistes (sobre todo sobre sexo), comprar y lucir ropa de marca, etc.
Por lo relacionado con el precio de los libros, le doy la razón, y es algo deplorable lo que valen; sin embargo, todo lo antes señalado supera con creces la inversión, que no el gasto, cuando se compra un libro.
Gaspar de Jovellanos (1744-1811), ilustre escritor y político español, afirmaba que “solo falta el tiempo a quien no sabe aprovecharlo”. Al citar a personajes famosos y su opinión sobre libros y lectura, sus voces son como trompetazos en un mundo de tinieblas. Ya puestos en esa grata faena, he aquí algunos de esos juicios:
Teresa de Jesús (1515-1582), monja católica: “Lee y conducirás. No leas y serás conducido”.
Benjamín Franklin (1706-1790), pensador, inventor y político estadounidense: “Gastar dinero en libros es una inversión que rinde buenos intereses”.
Somerset Maugham (1874-1965), escritor inglés: “Adquirir el hábito de la lectura es construirse un refugio contra casi todas las miserias de la vida”.
Federico García Lorca (1898-1936), poeta y dramaturgo español: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan sino que pediría que me dieran medio pan y un libro”.
Jorge Luis Borges (1899-1986), escritor argentino: “Soy incapaz de pensar en un mundo sin libros”.
John Steinbeck (1902-1968), escritor estadounidense: “Por el grosor del polvo de una biblioteca pública puede medirse la cultura de un pueblo”.
Ítalo Calvino (1923-1956), novelista italiano: “Un clásico es un libro que nunca ha terminado de decir lo que tiene que decir”.
Ana Frank (1929-1945), refugiada alemana en los Países Bajos, heroína asesinada por los nazis: “Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”.
Mario Vargas Llosa (1936), novelista peruano y español: “Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”.
Con todo lo escrito hasta aquí, en verdad que, a veces, a ciertos amigos y conocidos es mejor no regalarles un libro nunca. Se lo pueden tomar como un compromiso, como una obligación… y ¡maldita la gracia con ese regalo! Pero si se les pregunta sobre lo leído, las excusas sobran… por haber tenido cosas más importantes entre manos. ¡Y luego hablamos de “apagón cultural” entre nuestros jóvenes estudiantes!
El autor es profesor jubilado.
