
A mi modo de entender, percibo que existen por lo menos dos tipos de pereza. La pereza particular, es decir, la que es individual y finita, y la otra, más significativa y voraz, es la llamada pereza indolente, la cual posee una escala fractal, pues multiplica y replica hasta el vértigo todas sus imperfecciones. Como veremos, este último tipo de pereza recibe su nombre a partir de sus implicaciones fenomenológicas.
Evidentemente, la pereza particular nos involucra solo a nosotros mismos. Hablamos de la pereza dominical de andar en pijama por la casa, de la pereza de sacar al perro a dar su paseo matinal o de evitar durante días cortar el zacate del patio. Todas ellas son manifestaciones menores de la desidia. Resumiendo: si algo no pasa, ¡no pasa nada! Por ello, podemos decir que esta pereza es del tipo inofensiva.
Sin embargo, por su parte, la pereza indolente deriva su nombre de la ley “si algo no pasa, pongo a correr a los demás”; es decir, las consecuencias de mi pereza se convertirán en un verdadero dolor de cabeza para los otros vivientes.
Por ejemplo, si un estudiante no se prepara para una prueba escrita y decide simplemente ausentarse de ella fingiéndose enfermo, dicha decisión producirá un desasosiego involuntario a terceros, pues van a tener que correr padres o encargados, profesores y administrativos educativos, para que los efectos de dicha decisión sean rectificados en algún breve plazo.
Sobre la pereza indolente, un rasgo silencioso que posee es que ella encubre una “violencia potencial”; en efecto, con tal de mantenerse en perpetua inactividad, este perezoso puede llegar a practicar la mentira, la traición y hasta el delito contra sus semejantes, pues, su interés primario será someter a todos los demás a su haragán modo de vida.
El suceso que inspira esta reflexión viene dado por el asombroso y desconcertante dato de que 388.000 jóvenes costarricenses de entre 15 y 35 años no estudian ni trabajan (son ninis, según el argot popular). Costa Rica es el tercer país miembro de la OCDE con el mayor número de jóvenes en esta penosa condición.
Evidentemente, hay que tener en cuenta que, tal y como decía Borges, toda generalización es peligrosa. Debemos tener claro que un porcentaje significativo de estos jóvenes vive en pobreza o pobreza extrema, lo cual es una condición de nacimiento inmerecida que limita sustancialmente sus posibilidades educativas y de acceso laboral.
Por otra parte, según los informes recientes del INEC, también muchos de estos jóvenes en edad productiva –incluso con estudios universitarios– han dejado de buscar empleo, dado que el mercado laboral no da muestras de incentivar la inversión en nuevo personal; esto, debido a que las empresas presienten cierta incertidumbre y a la desaceleración económica nacional y global.
Sin embargo, también es evidente que, entre esos 388.000 jóvenes, hay un grueso porcentaje de menores que abandonaron sus estudios primarios y secundarios por mera haraganería consentida, pues sus padres, abuelos y otros parientes cercanos, alcahuetean y propician que estos no se dediquen al esfuerzo y la paciencia necesarios para adquirir conocimientos no solo útiles para un emprendimiento, sino para desarrollar las virtudes cívicas que hacen posible la sana convivencia humana.
Lo cierto es que, en un escenario espeluznante, el carácter y la personalidad de este grupo de niños y adolescentes podría estar siendo moldeado por los influencers de las plataformas digitales, cuyos comportamientos no son precisamente ejemplos de adultez responsable y racional.
Este sería el caldo de cultivo para que este colectivo de menores llegue a convertirse en un sindicato de verdaderos profesionales de la pereza indolente, cuyas consecuencias, tal y como vimos antes, podrían llevar a la sociedad en su conjunto al caos y la anarquía.
Es lógico que se promulguen políticas públicas que ayuden a quienes han nacido en condiciones de desventaja económica, pero, al mismo tiempo, dan muestras de procurarse con tesón salir de esas condiciones deleznables, pero ¿qué políticas o estrategias pueden gestarse para quienes “no quieren la cosa”?
Inmersos en la inmediatez de la actualidad efímera, de videogamers y famosos o populares de plastilina, estos perezosos indolentes serán recordados en el futuro no como una “generación perdida”, sino como la “generación que (voluntariamente) se perdió”.
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Francisco Barrientos B. es profesor de Matemáticas.