
La victoria de Donald Trump demanda un análisis cuidadoso para comprender cómo fue posible que los estadounidenses eligieran a un candidato que mintió a diestra y siniestra, reconoció querer ser dictador al menos por un día, hizo alarde de misoginia y xenofobia, recurrió sistemáticamente al insulto y a la descalificación personal, y amenazó con perseguir a sus opositores políticos, incluso con ayuda del Ejército; por no mencionar que es un “criminal convicto”, para usar la terminología estadounidense.
El ejercicio es necesario, pues, sin reflexión, nos condenamos a caer en las garras de populistas de su misma calaña.
¿Será que la verdad, como virtud, perdió trascendencia en la política? Tratándose de un candidato al que se debe juzgar, al menos en parte, por sus promesas, la verdad debería ser un valor supremo.
Sin embargo, el mentiroso Trump terminó victorioso. Quizás la verdad ya no sea relevante para algunos, y posiblemente existan seguidores de Trump para quienes su descarada propensión a la mentira no lo descalifica. También hay que reconocer que hoy es más difícil discernir entre lo que es cierto y lo que no.
Las redes sociales están inundadas de chatbots o máquinas con la capacidad de interactuar con las personas, opinar en el debate público y brindar información al electorado.
Hemos visto en Costa Rica cómo perfiles de “vietnamitas” critican a la Sala Constitucional o felicitan al presidente Chaves. La inteligencia artificial permite crear videos falsos de buena calidad y difundirlos con pasmosa facilidad.
CNN informó que las publicaciones engañosas realizadas por Elon Musk, dueño de la red social X, fueron vistas más de 2.000 millones de veces. Piense en esa cifra por un momento e imagine el impacto en el electorado.
El esfuerzo desinformador y manipulador tiene hoy herramientas formidables, que pueden utilizar tanto los expertos en comunicación política como países como Rusia, China o Corea del Norte, que buscan sembrar el odio y la división en las sociedades —en este caso, la estadounidense, pero el fenómeno se observa en otros lugares— e influir en los resultados electorales.
Una obra del profesor español Rafael Rubio Núñez, cuya lectura recomiendo, alerta sobre los peligros y desafíos de la IA y las “elecciones algorítmicas”.
Otra lección, sobre todo para los “políticos tradicionales”, es que deben prestar más atención a las inquietudes, necesidades, problemas y aspiraciones de la gente.
Dirá usted que este siempre ha sido el eje de toda campaña electoral, pero lo insto a fijarse en las consecuencias. Costa Rica, por ejemplo, pasó en 30 años de ser una de las más igualitarias en América Latina a una con los mayores índices de desigualdad, con una concentración de la riqueza y una tasa de pobreza sostenida durante décadas que roza el 20 %.
La mayoría de los votantes estadounidenses consideraban estar mejor económicamente antes que ahora. Ejemplos como el de El Salvador, para no ir mucho más allá, evidencian la disposición a sacrificar ideales democráticos, valores constitucionales e incluso libertades individuales a cambio de resultados palpables en la vida cotidiana.
La economía y el bolsillo de los estadounidenses; la seguridad pública para los salvadoreños. La democracia debe, por tanto, fundarse en principios e ideales, pero traducirse en bienestar para la población.
Entre los muchos otros asuntos, me detengo en este último: ¿se sienten realmente identificados con Trump sus simpatizantes? ¿Respaldan y comparten su misoginia, racismo, afición por el insulto o el desprecio hacia la Constitución y las instituciones democráticas? ¿Será que el candidato simplemente deja salir a la luz aquellas actitudes que están latentes en muchas personas, pero que por convencionalismo social reprimen y no expresan? ¿O será que simplemente decidieron apoyarlo por razones pragmáticas, religiosas o económicas?
Me temo que hay un poco de todo, y esto es muy preocupante. ¿Qué sería de nuestras sociedades si la mayoría nos comportáramos como Trump?
Debemos pensar con seriedad en qué hacer para recuperar el valor de la verdad en el debate político, para desterrar la idea de que hay “hechos alternativos”, para combatir la desinformación, las noticias falsas, el uso de tecnologías para falsear el debate público y manipular al elector.
El derecho al voto es sagrado y de él depende la democracia. Cuando el voto se ejerce con voluntad viciada por el engaño, la democracia deja de ser tal.
Debe también priorizarse la educación desde temprana edad, como un esfuerzo sostenido, vital y necesario, no solo para brindar una herramienta de movilidad social, sino también como medio de resguardo y protección frente a la mentira en el entorno digital.
Conviene una introspección y preguntarnos con la más brutal honestidad si Trump representa antivalores que de algún modo compartimos. Verse a sí mismo es siempre difícil, pero generalmente es el camino que debe recorrerse para la mejora personal, la de nuestro entorno y la de la sociedad.
rodolfo@brenesvargas.com
Rodolfo Brenes Vargas es abogado.