
Cada cuatro años, y a veces cada dos si contamos las elecciones municipales, se repite un pequeño ritual que ya me resulta familiar. Empieza con un mensaje, una llamada o un comentario al pasar: “¿Y vos por quién vas a votar?”. Ser politólogo tiene ese extraño efecto secundario. La gente asume que uno siempre sabe, que uno tiene la respuesta clara y lista para servir. Y durante mucho tiempo fue así. A estas alturas del proceso electoral, yo ya solía tenerlo todo decidido.
Pero esta vez es diferente. Y me sorprende admitirlo. ¿Cómo elegir?
Faltan poco menos de dos meses para las elecciones de febrero de 2026, el menú electoral parece interminable y tomar una decisión no es tan sencillo como debería. Me siento a revisar hojas de vida y propuestas, algunas profundas, otras superficiales y otras evidentemente generadas por inteligencia artificial (IA). Leo, comparo, investigo… y, aun así, no logro llegar a una conclusión. Mucho menos puedo ofrecer un consejo responsable.
Un ejercicio de identidad política de emergencia
Cuando uno no sabe qué camino tomar, lo más sensato suele ser volver a lo básico. Por eso, lo único que puedo recomendar hoy es un ejercicio muy simple: hacer una pausa, respirar hondo y mirar hacia adentro. Preguntarse cuáles son las tres cosas que realmente importan en la vida cotidiana. Cuáles son esos temas que, sin importar el gobierno de turno, le afectan a usted directamente.
Una vez claras esas prioridades, empieza lo verdaderamente útil: investigar qué dicen los candidatos sobre esos asuntos. Leer sus planes, ver debates, comparar sus trayectorias. Y sobre todo, dejar de lado frases como “me contaron que” o “me parece que”. Es hora de dejar de convertir en héroes o villanos a figuras políticas que pertenecen al pasado pero que aún pretenden dictar el rumbo del país. Decida usted mismo basado en sus propias consignas en datos claros y no en meme o porque “lo vi en redes”.
Mirar atrás ya no sirve: el bipartidismo quedó atrás
En Costa Rica se escucha con frecuencia ese suspiro nostálgico que dice que antes todo era mejor. O esa frase repetida tantas veces que ya parece automática: “la culpa es del bipartidismo”. Pero ese argumento no solo es simplista, también ignora que el país cambió hace mucho. El bipartidismo, dominado durante décadas por el PLN y el PUSC, no desapareció de un día para otro. Fue un proceso largo, lento y a veces silencioso, que tomó más de 30 años.
Esa transformación puede entenderse en dos grandes etapas.
1. Consolidación y declive (1986–2006)
Durante estos años, el bipartidismo todavía tenía músculo. Seguía siendo el marco en el que se movía la política nacional. Pero algo empezó a resquebrajarse. La confianza comenzó a desgastarse, la lealtad partidaria dejó de heredarse de una generación a la otra y nuevas sensibilidades aparecieron casi sin que nos diéramos cuenta. El PLN y el PUSC seguían ganando, sí, pero ya no con la misma convicción de antes. Las bases empezaron a fragmentarse.
2. Fragmentación (2006–2018)
A partir del 2006, el panorama electoral dio un giro brusco. Los votantes comenzaron a moverse de un partido a otro de elección en elección, buscando un hogar político que nunca terminará de aparecer. Se hablaba de un sistema multipartidista, aunque en la práctica los partidos se debilitaban tanto que muchos comenzaron a funcionar como estructuras prestadas, como buses o taxis que se alquilan a quien pueda financiarlos.
El golpe decisivo fue el colapso electoral del PUSC, uno de los dos pilares históricos del bipartidismo. Y al caer ese pilar, el campo quedó abierto para una oferta electoral más diversa, al menos en apariencia.
¿El resultado?
Hoy vivimos en un sistema fragmentado y difícil de predecir. Un sistema en el que cualquier partido podría colarse a una segunda ronda, ganar algunas curules o incluso llegar a gobernar.
Todo esto ocurre mientras el abstencionismo crece y crece, como un recordatorio incómodo de que cada elección nos importa un poco menos.
El país tiene más opciones que nunca, pero esa diversidad viene acompañada de una carga adicional. Elegir requiere más esfuerzo, más lectura, más criterio. No es simplemente escoger una bandera. Es asumir responsabilidad.
Sin revanchismos ni fantasmas
Por eso, insistir en viejos pleitos no tiene sentido. “Sacar clavos”, revivir resentimientos o usar el pasado como arma política no solo es inútil. También es peligroso. Costa Rica necesita decisiones sensatas y firmes, tomadas con la cabeza fría y los pies en la tierra. Necesita una ciudadanía dispuesta a informarse, a cuestionar y a entender que el país no se construye desde el enojo, sino desde la responsabilidad y el amor por Costa Rica.
konradsolis@gmail.com
Konrad Solís Fallas es politólogo.