Ante la libertad solo cabe la gratitud por lo que hemos recibido y lo que podemos aportar de forma personal. El país, nuestra sociedad, será lo que hagamos de él.
La libertad es apertura, algo que no comprende la intolerancia, la coacción y la violencia. Es respeto y diálogo abierto con las personas cuyo pensamiento es distinto al nuestro. La modernidad trajo, afortunadamente, el reconocimiento de la libertad de conciencia, religiosa, ideológica y de expresión. Sin libertad no hay pluralismo. Es su origen, y este no tiene por qué ser sinónimo de conflicto o tensión.
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La libertad también es intimidad. Un encuentro con nosotros mismos. Con nuestra propia conciencia, ese núcleo profundo que tiene anhelos, ansias y que encuentra certezas y convicciones constitutivas de nuestra propia identidad.
La libertad interior es necesaria para pensar por cuenta propia y elegir nuestra singladura de vida. El primer deber de una persona es pensar por sí misma, afirma el poeta José Martí.
La libertad va unida a un sentido de responsabilidad que procura la coherencia en primera persona, dar cuenta de nuestros actos sin transferirlos a terceros.
Comprometernos con lo que es justo y verdadero, aunque sea el camino más largo, es responsabilidad para ser lo suficientemente honrados y procurar lo que nos une: el bien común. Lo que se entiende en filosofía como aquello que favorece el mejoramiento general de los miembros de una comunidad. Lo que los acerca a su plenitud y perfección. Un bien no solo material, sino también espiritual. El bien común es un fin colectivo.
En las próximas elecciones presidenciales, nuestra libertad enfrentará un reto en virtud de la actual fragmentación política. Unos 27 partidos se aprestan a presentar candidatos. Esta realidad puede generar una atomización o fragmentación social que tendría como resultado la dificultad para alcanzar los acuerdos necesarios para el país.
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Lo hemos visto en otras naciones no muy lejanas. Puede hacer más difícil identificarnos con nuestra sociedad política como comunidad, debilitar una eficaz acción común.
La situación debería llevarnos a la reflexión y a la búsqueda de nuestra identidad personal y social. Un desafío actual de la modernidad, afirman los expertos, dada la tensión entre igualdad y diferencia, algo que antes parecía incuestionable y ahora pareciera una tarea por hacer. ¿Qué es lo que nos une?
Ojalá nos decantemos por la unidad nacional y la hagamos prevalecer. No podemos convivir de manera inconexa y divergente que tiende a la separación y al alejamiento. El pluralismo político debería ser una fortaleza y no una debilidad.
Procuremos el encuentro y no la confrontación con los grandes desafíos del país. Debe primar en cada uno de nosotros un principio de libertad responsable y de buena fe. Costa Rica lo necesita.
La autora es administradora de negocios.