
En el garaje de la casa del cafetal de mis abuelos, en Naranjo, descansaba el jeep estilo pick-up rojo, siempre ocupado con las cargas de la finca o de todo aquello que fuese menester de esta. En mi visión liliputiense, era un imponente cajón metálico rojo que cargaba, cual mansa mula, de todo: sacos, materia viva o ya muerta, compras, entregas o simplemente nada. El estruendoso motor despertaba a mi abuelita Elsa; mi abuelo Nautilio no conducía, pero montaba a caballo al despuntar el alba.
Un día cualquiera, el pick-up de cajón rojo vivo se esfumó, dejando una estela de silencio y el espacio para que mi tío trajera su jeep Land Rover color miel, sin cajón, pero igualmente estruendoso. Este no cargaba productos de finca, pero sí a los sobrinos que dormitábamos uno frente al otro, arrullados por la parsimonia con que manejaba mi tío y ensordecidos por el ruidazal de la estructura metálica. Al cajón rojo y al jeep miel los recuerdo como los primeros vehículos de carga y trabajo.
Al recibidor de café en Santo Domingo llegan tractores con los cajones hasta el copete de granos. Tienen nombre y apellido, o al menos la pertenencia a una finca. A los pequeños productores nos urge llegar a entregar antes del tractor con cajón azul, aunque siempre es un espectáculo ver, oír y oler las bocanadas de café deslizándose en el medidor de cajuelas. Desfilan otros cajones y hasta los improvisados: cajones de gran capacidad, cajones comedidos, cajones que exprimen cada grano o cada saco, cajones enganchados con sabia ingeniería a vehículos livianos, cajones de tablones bien alineados para dar altura a un cajoncito que no estaba hecho para cargar. Un abanico variado de vehículos y cajones, pero todos de trabajo.
El significado que tiene para las personas un vehículo de trabajo parece oscilar como un péndulo, de extremo a extremo. Así, un tractor puede percibirse solo por su valor monetario y reducirse a eso. Entonces, nos parecería un derroche de lujo y ostentación; es decir, una franca fachentada. Para algunos, sería casi una barbaridad, por considerarlo innecesario.
Una visión más fina, acertada y, diría yo, de sentido común, vería en el vehículo de trabajo precisamente eso: trabajo. Ni los metros de pintura de la carrocería, ni el año, ni la marca –o la ausencia de esta– hacen diferencia en los espacios laborales. En los campos de trabajo se valoran todos los instrumentos y aparatos de servicio: tractores, pick-ups, vehículos pesados o livianos y demás. El significado y propósito es siempre el mismo: estar al servicio del trabajo, promoverlo, agilizarlo, tecnificarlo y, sobre todo, dignificar todo quehacer humano.
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Ana Matilde Bejarano es literata francesa.