En tres meses, la democracia nos invita a una fiesta que no admite espectadores: el próximo 1.º de febrero hay que llegar, saludar y dejar constancia. Y esa constancia, ese gesto sencillo que convierte la presencia en ciudadanía, tiene forma de X. Es curioso: en el abecedario, la X vive modesta, escondida entre las últimas letras, casi en el borde del telón. No encabeza palabras corrientes, no se luce en los titulares, pasa de puntillas por los cuadernos escolares. Pero ese día, por un día, la X sube al pódium y se vuelve protagonista absoluta.
Pienso en el alfabeto como una comparsa. La A siempre abre la marcha, la E y la O hacen coro, la S y la R marcan el ritmo; mientras tanto, la X espera su turno. Sin embargo, la democracia tiene sus propias jerarquías: no premia a la letra que más suena, sino a la que mejor significa. Y la X, que en otros contextos tacha y corrige, ese día confirma. La X se vuelve afirmación: “aquí estoy”, “esto decido”.
La X del mapa del tesoro deja de señalar un lugar incierto y empieza a marcar el rumbo común. La X de las ecuaciones, que suele nombrar lo desconocido, se convierte en la solución: la variable se resuelve cuando nos informamos, contrastamos y marcamos con convicción.
Nuestra democracia es un bien precioso y frágil a la vez; no podemos darla por sentada ni confiarla a quienes ofrecen atajos fáciles. La región enseña lo que ocurre cuando disfrazamos el autoritarismo de cambio y bajamos la guardia. Prepararse para el 1.º de febrero no es solo recordar el centro de votación o revisar el horario: es llegar con la mente vestida de rigor. Leer, comparar, preguntar cómo, con qué recursos y con qué efectos. En tiempos de desinformación, la X no puede ser un garabato apurado: tiene que ser la firma de una decisión consciente.
Piense en lo que expresa esa cruz perfecta de dos trazos. En el primer trazo va lo íntimo: los hijos a quienes les heredaremos el país; la mesa de trabajo donde el talento compite o se rezaga según mande la verdad o la mentira; el aula donde cada bulo se queda como una lección torcida; el barrio que se fortalece con confianza o se resquebraja con miedo. En el segundo trazo va lo público: la calidad de las políticas, el respeto a las instituciones, la ruta económica, la seguridad que se construye con datos y no con rumores. Cuando ambos trazos se cruzan, la X deja de ser letra y se convierte en puente entre la vida privada y el destino colectivo.
Por eso, el 1.º de febrero, la X asciende desde su esquina del alfabeto y encabeza la fila. Ya no es la antepenúltima; es la primera entre iguales. No elegimos por colores ni por consignas; elegimos por evidencias. Y en una elección con múltiples opciones, cada X pesa: solo una propuesta llegará a Zapote y su calidad dependerá de la seriedad con que hayamos leído, de la calma con que hayamos pensado y de la firmeza con que hayamos marcado.
Vayamos entonces a la fiesta electoral con la serenidad de quien conoce el protocolo: documento en regla, convicción en la cabeza, respeto en la fila. Tomemos el crayón sin temblor y dibujemos esa X que habla por nosotros. Que no sea una tachadura, sino un compromiso; no un reflejo, sino un criterio. El abecedario entero podrá aplaudir después, pero ese día, la ovación es para una sola letra. Que suba al escenario la X y que la pongamos, clara y visible, donde más importa: en la papeleta. La protagonista está lista. Falta lo más importante: que usted salga a ponerla.
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María Fernanda Quirós es periodista y especialista en marketing digital.