
En los últimos años, América Latina ha sido escenario de un viraje político sostenido que evidencia el desgaste de los proyectos de izquierda que dominaron buena parte de la región durante las dos primeras décadas del siglo XXI. País tras país, el electorado ha optado por castigar a gobiernos y movimientos asociados con promesas incumplidas, deterioro económico y prácticas autoritarias.
En Bolivia, en octubre pasado, el partido del expresidente socialista y líder cocalero Evo Morales sufrió una derrota contundente al obtener apenas el 4% de los votos. Tras casi 20 años de control del poder, el cansancio social resultó evidente. A pesar de contar con el gas como principal fuente de ingresos, su gobierno no invirtió lo necesario para sostener la producción, que terminó desplomándose. A ello se sumó una inflación que superó el 20%. El electorado, claramente, decidió concederle un descanso.
El caso de Venezuela es aún más dramático. El régimen de Nicolás Maduro ha navegado entre ruinas económicas, forzando la huida de entre cinco y ocho millones de ciudadanos, en la mayor migración registrada en la historia de América Latina. El hambre ha sido el principal motor de ese éxodo. En el sector petrolero, la inversión fue prácticamente inexistente y la producción cayó a apenas un 30% de los niveles alcanzados en épocas anteriores.
En Chile ocurrió lo que muchos anticipaban: el triunfo del candidato de derecha José Antonio Kast, del Partido Republicano, en el balotaje frente a la candidata de izquierda, Jeanette Jara. Kast ha sido comparado con el presidente estadounidense por su discurso duro en materia migratoria y de seguridad, un tema que ha ganado centralidad en la agenda regional.
En El Salvador, los resultados han sido igualmente contundentes, aunque polémicos. A inicios de diciembre se documentaron 1.000 días consecutivos sin homicidios, un hecho sin precedentes. El presidente Nayib Bukele ha impuesto un modelo que puede incomodar a ciertos sectores, pero cuyos resultados en materia de seguridad resultan difíciles de ignorar.
Argentina ofrece otro ejemplo del cambio de rumbo. Aunque diversos intelectuales califican al presidente Javier Milei como una figura excéntrica, sus defensores sostienen que ha contribuido a la estabilización económica mediante el fortalecimiento de la moneda, con respaldo del gobierno estadounidense. En contraste, la principal figura de la izquierda, Cristina Fernández de Kirchner, enfrenta múltiples acusaciones de corrupción que la llevaron a juicio.
En Ecuador, el ascenso de Daniel Noboa, un político de derecha que asumió el poder en mayo de 2025, confirma la tendencia. En Honduras, el candidato respaldado por el presidente Donald Trump se ha posicionado en primer lugar en las encuestas. Y en Colombia, donde se celebrarán elecciones en 2026, el presidente Gustavo Petro enfrenta una creciente polarización, con adversarios que lo acusan duramente y un electorado cada vez más escéptico.
Este cambio político en América Latina responde a una combinación de factores interrelacionados. Entre ellos, destacan la insatisfacción con las estructuras tradicionales de poder –principalmente de izquierda–, la persistente desigualdad económica y la corrupción enquistada en numerosas instituciones públicas.
La ineficacia de muchas políticas de izquierda ha sido determinante. El electorado ha desplazado su atención desde los discursos sobre justicia social hacia la exigencia de gobiernos capaces de enfrentar con eficacia problemas concretos como el crimen, la corrupción y la falta de oportunidades.
El comunismo y el socialismo autoritario, en particular, han derivado en regímenes que vulneran sistemáticamente los derechos ciudadanos. Restricción de libertades, censura, ausencia de incentivos y escasas oportunidades laborales han sido rasgos recurrentes. El fracaso del llamado socialismo del siglo XXI, impulsado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro, es una muestra elocuente de ello.
Costa Rica tampoco es inmune. El agotamiento de sus partidos políticos históricos y la sustitución de proyectos colectivos por liderazgos personalistas anticipan un escenario de mayor fragmentación y descontento. La historia reciente demuestra que ninguna hegemonía es eterna y que la paciencia ciudadana tiene límites.
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Fraser Pirie es empresario.