El 29 de agosto se produjo en el Incofer un prodigioso ejemplo de mudanza de criterio y celeridad, para decirlo con ánimo condescendiente. Tres miembros de la Junta Directiva corrieron más rápido que las locomotoras chinas que se contonean en nuestras vías y, en menos de diez minutos, aprobaron donar a la Municipalidad de Limón 46.051 metros cuadrados de un terreno que pertenece a la entidad.
Fue una decisión tan veloz que tardó menos tiempo que el tren desde la estación al Atlántico hasta Tres Ríos en una tarde de rieles despejados. Es el obsequio de una gran propiedad y adquiere la categoría de colosal si estimamos lo que contiene: el gran taller ferroviario de la zona atlántica para desarrollar el anhelado tren eléctrico de carga en el Caribe.
¿Qué motivo llevó a los directivos a deshacerse en menos de quince minutos de unas instalaciones que tomó años equiparlas, mejorarlas y remodelarlas en fecha tan reciente como el 2019? El donativo de tan grande medida de tierra se salpica con un abono de semillas de interrogantes cuando dos semanas antes el mismo presidente del Incofer (recio y con un vigor como el tronco del árbol de arce) declaraba por escrito la insensatez de donar a la Municipalidad caribeña una propiedad que era “vital, medular y estratégica” para la institución.
Sin embargo, bastaron quince días para que un impetuoso viento encorvara el fornido arce y, desde el asiento de su autoridad, apresurara a los miembros de la Junta Directiva a traspasar el centro de operaciones ferroviario al gobierno local de Limón.
Fue así como, semejante a un tren bala, el presidente ejecutivo de la institución transformó en el breve itinerario de diez minutos lo vital en innecesario, lo medular en insustancial y lo estratégico en desechable.
Confieso, con no disimulada envidia, que me maravillo por su demostrada capacidad para mudar de criterio tanto más porque suelo ser terriblemente tardo y entrabado para saltar de una opinión a otra como si de brincar traviesas se tratara.
Aplaudo que tres directivos objetaran la donación aduciendo uno de ellos que no tenía “claro el objetivo final de donar esos activos a la Municipalidad, ni qué va a hacer el Incofer sin esos activos”. En llanas palabras se desnudó un santo para dejarlo en cueros de madera o yeso sin que hubiera otra ropa con qué vestirlo. No obstante, una pregunta continuaba cavando hondamente en mi cabeza: ¿Cuál suceso produjo el drástico cambio de opinión en el presidente ejecutivo y dos miembros más de la Junta Directiva del Incofer?
Quise imaginar cosas razonables, como por ejemplo que una adecuada asesoría había recomendado donar el inmueble porque el actual gobierno, terminante como es en sus palabras, ya disponía de cientos de millones de colones para construir una nueva instalación ferroviaria que superaría en modernidad y excelencia al actual y “caduco” taller. Pero informándome un poco más y en correspondencia con el tren bala, concluí que otro proyectil había sido disparado desde un vagón de Zapote: una imperativa y complaciente orden presidencial para traspasar el terreno al municipio de Limón.
El disparo fue tan ensordecedor que no solo aturdió, sino también descarriló las razones de tres directivos y la puntería fue tan certera que se introdujo en el férreo corazón del taller del Incofer en el Caribe y lo hirió con la sentencia del desahucio.
En efecto, en el 2025 la autónoma institución deberá haber desocupado los 46.051 metros cuadrados de su centro de operaciones y marcharse con sus equipos, rieles y durmientes a otro lugar, el cual espero (como tributo a la planificación y no al imprudente apresuramiento) que ya esté elegido.
Todo este asunto ferroviario me condujo a una reflexión que estimaría si el usuario temporal del vagón de Zapote la apreciara. En el vasto cosmos de los temperamentos, la autoridad ocupa en algunos humanos el lugar de un cometa con una órbita incierta. La ejercen de una manera tan precipitada y con criterios tan volubles y arbitrarios que uno se pregunta con perplejidad cuál será su rumbo. Y, desafiando todas las leyes cósmicas, estos cometas suelen tener una cola tan sólida que cuando apalea una superficie la convierten en polvo.
Por fortuna, el Incofer es sinónimo de hierro, y guardo la esperanza de que el bandazo de cola que ordenó despojarlo de sus terrenos soporte el golpe.
El autor es educador pensionado.