En la estrecha cochera de su casa, las alumnas de doña Isa, lápiz en mano, receta tipeada a la antigua, se empapan de técnicas, sabores, aromas, atrevidos subterfugios culinarios. Hará unos cuarenta años de esta clase a la que mi madre me envió en su reemplazo.
Desde esa pequeña cocina hasta la actual, amplia y equipada, con don de maga, estudia, experimenta, inventa, innova y diseña hasta crear una nueva cocina costarricense.
El perfil de esta gran mujer es eco de nuestras abuelas y madres, quienes demostraban con cucharadas su amor y, como bien dijo doña Isa, su alma.
Sin duda alguna, galardonar con el Premio Magón a Isabel Campabadal y, por ende, al sector gastronómico costarricense es reconocer que existe arte y cultura en otras plataformas del quehacer humano y que, por nuestra propia miopía, obviamos.
La perseverancia en la búsqueda de la excelencia, aunada a la promoción y divulgación de lo autóctono, expande sin duda alguna nuestro horizonte cultural.
En la presentación de su libro Costa Rica, cocina y tradición, doña Isabel rememora imágenes suculentas de su propia historia de juventud en y desde la cocina.
Escribe de su propia pluma: “De esas memorias y papeles guardados en la alacena, proviene la tradición y el acervo cultural de toda una nación y un pueblo”. Pecaría yo al intentar añadir algo a este pensamiento tan claro y verdadero.
Con gran mérito, se premia este año a quien abrió brecha en el sector gastronómico, dignificando aún más el arte y la cultura de la cocina con aroma a costarricense.
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La autora es literata.