Costa Rica ocupa el lugar número 13 en el índice mundial de riesgo, principalmente por su exposición a eventos como erupciones, terremotos, sunamis y huracanes, entre otros.
Cualquiera podría ser el disparador de un desastre, cuya magnitud dependerá de acciones previas, es decir, el mismo ser humano es capaz de ser el causante. Por ejemplo, una gran erupción ocurrió en 1912 en Alaska, en el volcán Katmai, posiblemente la más grande del siglo XX, pero no vivían personas cerca. Caso contrario fue la erupción del Arenal en 1968, de muchísima menor magnitud, pero mató a unas 100 personas.
El 11 de marzo del 2011 un gran terremoto en el este del Japón, de 9 grados, dejó pocas víctimas relacionadas con el movimiento telúrico, debido a escasos daños en la infraestructura. Sin embargo, 30 minutos después, un sunami golpeó la costa Pacífica y cerca de 20.000 personas fallecieron.
Un saldo de tantas víctimas en un país como Japón, líder mundial en prevención de desastres, donde los niños llevan a cabo, cuando menos, dos simulacros al año en los centros educativos, con sitios donde conmemoran diversos desastres y registros históricos sobre catástrofes desde hace más de 1.300 años, resulta extraño.
Qué se hizo mal. Para entender lo sucedido, es necesario buscar las respuestas a la pregunta: qué se hizo mal.
Antes del 2011, los científicos pronosticaron un gran terremoto en el este de Japón, pero de una magnitud menor. Asimismo, una vez ocurrido el sismo, fue mucho menor y con ese dato se calculó el tamaño del sunami, el cual se subestimó.
La televisión informó que la altura máxima del sunami sería de 10 metros. En algunos lugares, alcanzó 40. El cálculo erróneo llevó a muchas personas a no querer evacuar.
Al mismo tiempo, el sunami sobrepasó el muro de contención de la central nuclear Fukushima 1, el agua del mar inundó la planta de enfriamiento de los reactores nucleares y sobrevino la explosión de hidrógeno.
La energía de respuesta, en caso de falla de la planta de enfriamiento, no entró en funcionamiento, pues dos deslizamientos cortaron la conexión de las dos fuentes alternas.
El mismo sunami tuvo otros efectos, como el arrastre de objetos que golpearon las estructuras e iniciaron incendios cuando los tanques de combustible de los vehículos o del gas de las casas explotaron, y, en consecuencia, ardieron los edificios donde las personas evacuadas estaban albergadas.
Aprendizaje. ¿Qué se hizo mal? No es una pregunta para buscar culpables, sino para aprender de lo ocurrido porque sabemos que eventos similares volverán a suceder. Por ejemplo, México, luego del desastre natural de 1985, creó el sistema de alerta sísmica (Sasmex) y Japón rediseñó el sistema de alerta sísmica después del terremoto del 2011.
Otra medida fue proponer los conceptos L1 y L2. El primero se refiere a la construcción de infraestructura para proteger la vida y la propiedad de las personas, como diques para contener inundaciones, muros antisunamis o refugios en caso de erupciones volcánicas.
El segundo concepto se refiere a que la protección de la vida es lo primordial y la propiedad queda en segundo plano, debido a que hay eventos que sobrepasan nuestro control.
Asimismo, se introduce la filosofía de “salvarse a sí mismo”, basada en el ejemplo de los niños de un colegio que no hicieron caso a las estimaciones de los científicos y por sus propios medios decidieron evacuar. Así, salvaron su vida y la de quienes los siguieron. Este caso es conocido como el milagro de Kamaishi.
El buscar las respuestas a la pregunta qué se hizo mal es una obligación para evitar hablar de un desastre natural cuando ocurra otro. Sin embargo, en la mayoría de los países con visión a corto plazo se evita responder esta interrogante y se mira con recelo a quien busca la respuesta.
El autor es vulcanólogo de Volcanes sin Fronteras.