
El discurso de odio puede describirse como cualquier tipo de comunicación oral, por escrito o comportamiento que ataque o discrimine la identidad de una persona o grupo, con base en la religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, discapacidad, edad, género, identidad sexual, idioma, origen económico o social, o por el estado de salud. (Unicef, 2024).
En Costa Rica, el discurso de odio ha alcanzado niveles preocupantes. De acuerdo con el más reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), durante el último año se registraron más de 2,1 millones de mensajes de odio en redes sociales, lo que representa un aumento del 16 % en comparación con 2024 y un crecimiento del 400 % desde 2021. Las personas más afectadas son mujeres, personas de la comunidad LGBTIQ+, periodistas y figuras políticas.
La situación es alarmante, ya que esta amenaza impacta negativamente la unidad comunitaria, debilita la estabilidad democrática y afecta especialmente el bienestar emocional de los niños, niñas y personas adolescentes.
Impacto del discurso de odio sobre el desarrollo cerebral infantil y adolescente
Según investigaciones como la del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, los niños, niñas y personas adolescentes interiorizan los mensajes de odio incluso cuando no son el blanco directo. Esto sucede porque el desarrollo de la identidad y la autoestima depende de la validación social. Los mensajes de líderes y figuras públicas influyen en cómo la sociedad percibe quién merece respeto y quién no.
El cerebro infantil está en constante desarrollo, por lo que algunos factores del entorno pueden influir positiva o negativamente en dicho desarrollo. La evidencia científica es clara: el entorno verbal hostil no solo hiere emocionalmente, sino que altera procesos clave del neurodesarrollo.
La exposición directa o indirecta al discurso de odio genera múltiples consecuencias a nivel cerebral, dentro de las cuales destacan el compromiso del sistema límbico, lo que afecta la regulación emocional, debido a la generación de estrés y el aumento del cortisol; el daño en la corteza prefrontal, lo que dificulta la autorregulación emocional y la resolución pacífica de conflictos; la desensibilización y la disminución de la empatía, que finalmente normaliza el uso del discurso de odio e incrementa el prejuicio hacia las personas.
Además, los niños, niñas y personas adolescentes pueden presentar deterioro en la concentración, memoria y motivación escolar, así como un aumento en la incidencia de ansiedad, depresión, baja autoestima y conductas evitativas. El Modelo General de Agresión descrito por Carnagey (et al. 2007) explica cómo estas respuestas fisiológicas generan resultados cognitivos y afectivos que podrían conducir a un comportamiento más agresivo.
Responsabilidad política y social
El respeto no es una opción; es un derecho garantizado por ley. El Código de la Niñez y la Adolescencia de Costa Rica establece que toda acción pública o privada concerniente a personas menores de edad debe considerar su interés superior, garantizando un entorno físico y mental sano para su pleno desarrollo (art. 5). Pero parece que hemos olvidado este derecho y la salud mental de nuestros niños, niñas y adolescentes se ve violentada ante los constantes mensajes cargados de hostilidad a los que están expuestos.
Erradicar el discurso de odio no es una sugerencia: es una obligación legal, ética, moral y social que el Estado, los medios y la ciudadanía deben asumir con urgencia. La Unesco (2021) destaca que la educación en ciudadanía digital, empatía y pensamiento crítico desde la infancia es fundamental para erradicar toda forma de violencia verbal y discriminación en la sociedad.
La cultura de paz y respeto es un deber de todos
No basta con el compromiso individual. Como sociedad civil, tenemos el derecho y la responsabilidad colectiva de exigir la eliminación de todo discurso de odio. Esta exigencia debe extenderse a todos los sectores que influyen en la formación de pensamiento y conducta: desde quienes ocupan cargos de liderazgo en el Estado costarricense, pasando por figuras públicas, medios de comunicación, instituciones educativas, comunidades religiosas, organizaciones sociales, empresas privadas, profesionales de la salud y la justicia, hasta la familia, pilar fundamental de la sociedad.
Cada actor, desde su rol y esfera de influencia, tiene el deber ético de promover una convivencia basada en el respeto, la inclusión y la dignidad humana.
Las personas menores de edad que viven bajo el cielo costarricense merecen vivir en un país que promueva la paz y no la guerra, el amor y no el odio, el respeto y no el desprecio.
Como pediatra, madre y costarricense, espero acciones contundentes. Porque cada palabra que desprecia, excluye o humilla, produce una huella negativa en el neurodesarrollo de nuestros niños, niñas y adolescentes. El respeto, así, es una urgencia neurobiológica.
Costa Rica necesita recuperar el lenguaje como herramienta de construcción, no de destrucción. Si aspiramos a una sociedad más justa, empática y sana, debemos empezar por cuidar cómo hablamos, especialmente frente a quienes necesitan cimientos sólidos para crecer y convertirse en personas de bien.
“Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; más la lengua de los sabios es medicina”. Proverbios 12:18
Roselyn Valerín Ramírez es pediatra especialista en Neurodesarrollo.