
La Organización Mundial del Comercio (OMC), con orígenes en el GATT, ha sido un catalizador de la globalización económica y el eje principal del Sistema Multilateral de Comercio.
Recientemente, con el renovado “bilateralismo” de Washington, ha retomado fuerza la idea de que ha sido Donald Trump quien ha dado al traste con el sistema multilateral. Si bien el bilateralismo de Trump no parece conducente al fortalecimiento de sistema, este comenzó a resquebrajarse mucho antes de su llegada, con el fracaso de la Ronda de Doha e incluso antes de eso.
En Doha, por ejemplo, las diferencias irreconciliables en materia de subsidios agrícolas, acceso a mercados y propiedad intelectual, provocaron que el proceso se estancara en un ciclo de reuniones interminables. El fracaso fue claro en el 2015, al abandonar un acuerdo integral, pero ya desde la ministerial de Cancún en el 2003, las negociaciones habían fracasado debido a las posiciones encontradas en materia de subsidios agrícolas. La situación minó la credibilidad en la OMC y, de paso, sembró la semilla del bilateralismo y regionalismo de los últimos 25 años.
Ambos conceptos, bilateralismo y regionalismo, incompatibles con el principio fundacional del sistema multilateral: la Nación Más Favorecida (NMF). Este principio busca evitar las discriminaciones entre países, al establecer un sistema de equiparación automática al mejor trato brindado por un socio comercial.
Sin embargo, con el descalabro de Doha se hizo evidente que para los países poderosos, sería más sencillo negociar de forma directa. ¿Para qué desgastarse en la búsqueda de un consenso imposible si podían negociar de forma bilateral o multilateral con pequeños grupos y obtener beneficios mayores debido a la clara asimetría entre las naciones?
Mientras tanto, los países menos poderosos, al participar en esa primera oleada de bilateralismo y regionalismo (por miedo a quedarse afuera, como muchos lo justifican) fueron autores de un gran golpe al sistema multilateral, pues, por definición, ese tipo de acuerdos contravienen el espíritu fundacional del sistema mismo.
Pero si de buscar los orígenes del ocaso se trata, no podemos dejar por fuera el hecho de que, en sus inicios y de manera paradójica, fue precisamente el éxito del GATT y la OMC en atraer nuevos miembros una de las razones que contribuyó a su declive. No porque tener más miembros sea malo per se, pero porque en una organización cuya gobernanza funciona bajo un sistema de consenso, más miembros equivalen a más dificultad para lograr consenso.
Desde los 23 países originales del GATT en 1947, la OMC creció a 164 miembros para 2025, incorporando economías de todos los tamaños y niveles de desarrollo. Esto, aunque un logro, también ha complicado sustancialmente la gobernanza.
En estas condiciones y sin ser su culpa, atada a normativas inflexibles, la OMC ha sido poco efectiva en dar respuestas a las temáticas del mundo moderno: comercio digital, migración, desigualdad, entre otros.
Otro gran golpe fue el ascenso de China, que generó el fenómeno conocido como el “China shock”. Tras su ingreso a la OMC en 2001, su capacidad de producir bienes a bajo costo benefició a los consumidores. Sin embargo, su enorme capacidad productiva generó que industrias enteras en países desarrollados y emergentes por igual enfrentaran retos importantes y en múltiples casos, incluso desaparecieran.
En Estados Unidos, regiones manufactureras enteras sufrieron pérdidas masivas de empleos y algunas dejaron de existir. Este shock no solo transformó la economía global, sino que alimentó el descontento político que precisamente ha llevado a Trump a la Casa Blanca dos veces y que algunos incluso asocian con el brexit.
En muchos países, el ascenso de China se percibió como una falla del sistema multilateral, que permitió a un gigante jugar con reglas que parecían favorecerlo desproporcionadamente, mientras evadió cumplir con sus propios compromisos. Sin embargo, toda acción genera una reacción. En este caso, bilateralismo, proteccionismo, aranceles y una fuerte retórica antichina, que, bajo la administración Trump, ha llegado a alcanzar niveles sin precedentes.
Estados Unidos, con su “neobilateralismo” (en esta segunda fase en la que ellos redoblan sobre el bilateralismo clásico que el mundo entero abrazó activamente), está dando un nuevo golpe al sistema multilateral. Pero el origen del descalabro estaba en la misma semilla que dio vida al sistema multilateral, con su insostenible modelo de gobernanza, y luego, con las múltiples violaciones al principio de NMF.
Todos los países que firmaron sin cesar tratados bilaterales y regionales han contribuido a la situación actual. Es mezquino endilgar a Trump lo que se percibe ahora como el ocaso del multilateralismo. La realidad es que el sistema ha venido resquebrajándose desde hace décadas. Si de asignar culpas se trata, todos los países miembros de la OMC que tengan tan siquiera un TLC deberían reflexionar y mirarse al espejo.
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José Pablo Rodríguez es experto en Comercio Internacional y Relaciones Gubernamentales. Actualmente, es árbitro y mediador en la Comisión de Arbitraje Económico y Comercial de Shanghái y en la Corte Internacional de Arbitraje Comercial de Shenzhen.