Aprovechando un inusual fenómeno celeste que tuvo lugar a finales de 1970, y que no se repetirá sino hasta dentro de 175 años, cual fue la alineación de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, lo que permitiría que un aparato enviado a Júpiter utilizara a este planeta para impulsarlo fuera del sistema solar, la NASA decidió enviar, en setiembre de 1977, en un histórico viaje, a dos hermanos llamados Voyager 1 y Voyager 2.
Con el título "Sonda Voyager 1 se convierte en el primer aparato humano que sale del sistema solar", La Nación informó el pasado 12 de setiembre que, en efecto, los científicos a cargo del programa habían confirmado que dicha sonda logró tal propósito el 25 de agosto del 2012, fecha que, por lo demás, coincide con la del cumpleaños de mi esposa y mío. Una razón más para celebrar.
Al Voyager 1 se le pidió estudiar nada menos que los límites del sistema solar, misión que terminó hace unos años. Entre las muchas fotografías que envió a la Tierra está la famosa (de 1990) que Carl Sagan llamó Pale Blue Dot , la cual muestra a nuestro planeta como un punto azul, pequeñísimo, casi imperceptible, al vérsele desde lejos. Pequeñísimo, diríamos, pero es hermoso y es lo único que por ahora tenemos. (Con los ecologistas, no queda más que decir: cuidémoslo).
Las hazañas y logros técnicos de la sonda Voyager 1 son muchos y, para mí, difíciles de explicar. Por tanto, quisiera concentrarme en comentar brevemente el contenido de un mensaje que, en un disco metálico, lleva este aparato magnífico de la creación humana. Conocido como el Disco Dorado, lleva el Voyager 1, por si al menos en la Vía Láctea existiera otra civilización inteligente, información selecta sobre la Tierra: fotos de diversos puntos, de sonidos naturales (por ejemplo, de las olas, ballenas, de un niño al nacer), figuras geométricas, saludos en muchas lenguas, incluyendo el esperanto, selección de música de Beethoven, Mozart, Chuck Berry (el clásico Johnnie B. Goode ) y composiciones étnicas, así como saludos del secretario general de ONU y del presidente de los Estados Unidos de entonces, Jimmy Carter, entre otros.
Dicen los científicos que actualmente se encuentra el viajero a unas 120 unidades astronómicas (UA) de la Tierra.
La UA, unos 150 millones de kilómetros, es la distancia media entre nuestro planeta y el Sol. También dicen que el artefacto viaja a una velocidad de 38.000 millas por hora y que, si su objetivo fuera visitar la estrella más cercana al Sol, la Proxima Centauri , tardaría unos 74.000 años para llegar a su destino. Pero no está orientada a ella, sino a una constelación llamada Ophiuchus, más lejana aún, que tiene como vecinas, vistas desde aquí, a Escorpión y Sagitario .
Todo esto me llena de un singular gozo (como logro de la humanidad), pero también de un sentimiento de pequeñez y humildad. El sistema solar (con una bella estrella al centro, llamada Sol) es solo una ínfima parte, en la periferia, de la Vía Láctea (VL), cuyo centro está situado a unos 30.000 años luz del Sol.
Afirman los científicos que la VL contiene unos 100.000 millones de estrellas. Y el universo, con sus muchas galaxias, no sé cuántas más. Más pequeños no podíamos ser.
El logro del Voyager 1 (cuyo sistema dejará de funcionar hacia el 2030) lleva a muchos a reflexionar sobre el enorme potencial de la mente humana, en un universo que se formó por casualidad; a otros, a pensar que todo esto que, boquiabiertos, contemplamos en una estrellada noche de verano, y lo que no podemos ver, no es casual sino la obra de un Gran Creador.