Los alimentos pasan por un complejo proceso: deben ser cultivados, cosechados o capturados, transportados, procesados, empaquetados, distribuidos, cocinados y, finalmente, sus residuos deben ser eliminados.
A diferencia de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI), dominadas principalmente por el dióxido de carbono proveniente de los combustibles fósiles, el sistema alimentario involucra una significativa proporción de emisiones terrestres. No obstante, en consonancia con las tendencias actuales de desarrollo socioeconómico, cada vez más las emisiones del sector alimentario están determinadas por el uso de energía, las actividades industriales y la gestión de residuos.
Según el último inventario global de GEI de la Comisión Europea, los sistemas alimentarios fueron responsables del 34 % de los GEI a escala mundial. El 71 % provino de la agricultura y las actividades relacionadas con el uso y cambio de uso de la tierra; el resto, de la venta al por menor, el transporte, el consumo, la producción de combustible, la gestión de residuos, los procesos industriales y el envasado, entre otros.
Casi la mitad de las emisiones están relacionadas con el dióxido de carbono, y el 35 % con el metano, proveniente mayoritariamente de la ganadería, la agricultura y el tratamiento de residuos. Sorprendentemente, el transporte de alimentos emite menos que el envasado, lo que pone de relieve la necesidad de reevaluar nuestras prioridades en la cadena de suministro.
En Costa Rica, el informe de la Comisión Europea revela que, en el 2018, el metano representaba el 58,4 % de las emisiones, originadas principalmente por la fermentación entérica de rumiantes, la gestión de estiércoles y el cultivo de arroz; el óxido nitroso un 19,4 %, en su mayoría debido al uso de fertilizantes nitrogenados en la agricultura; y el dióxido de carbono un 18,5 %, a causa en gran parte por la deforestación, la degradación de tierras para uso agrícola y los combustibles fósiles de la maquinaria agrícola. Los gases fluorados, aunque en menor proporción (un 3,7 %), provienen de la refrigeración y el aire acondicionado en la cadena de suministro de alimentos.
Ante estos datos, ¿es suficiente hablar únicamente de la huella de carbono en el sector alimentario nacional? Esta distribución de emisiones subraya la necesidad de abordar específicamente la agricultura y el uso del suelo como aspectos clave en la reducción de los GEI.
En el ámbito personal, podemos contribuir a reducir nuestra huella de GEI a través de nuestros hábitos alimentarios. Optar por una dieta saludable tanto para nosotros como para el planeta es una acción tangible.
La Comisión EAT-Lancet, por ejemplo, recomienda aumentar el consumo de hortalizas, frutas, legumbres y nueces, y reducir la ingestión de carne y productos lácteos. Además, priorizar alimentos de temporada y producción local reduce significativamente las emisiones de GEI asociadas con el transporte y el envasado.
Buscar una dieta más sostenible no significa tomar medidas extremas. La comida está profundamente arraigada en nuestra cultura y es un derecho básico, por tanto, debemos tener la libertad de elegir prácticas que sean sostenibles y accesibles para todos. Para facilitar esta transición, es fundamental formular políticas públicas que incentiven dietas saludables y sostenibles, como el etiquetado ecológico, y que amplíen la posibilidad de adquirir alimentos más saludables, especialmente para las poblaciones de bajos ingresos.
El sistema alimentario será uno de los asuntos definitorios del siglo XXI. Aprovechar su potencial para reducir emisiones y mejorar la salud humana nos permitirá avanzar hacia los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) y el cumplimiento del Acuerdo de París.
Pero según la Comisión EAT-Lancet, se requieren cinco estrategias esenciales: compromiso nacional con las dietas saludables, reorientación de las prioridades agrícolas hacia la producción de alimentos saludables, un aumento sostenible de la producción de alimentos de alta calidad, la gestión firme y coordinada de la tierra y los océanos, y la reducción de, cuando menos, la mitad de la pérdida y desperdicio de alimentos.
El autor es analista ambiental y fue presidente del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica.
