
Todavía recuerdo las explicaciones de mi profesora de Castellano de Estudios Generales en la Universidad de Costa Rica, doña Virginia Sandoval de Fonseca, en el lejano 1960, sobre la diferenciación entre lenguaje, lengua y habla. De hecho, también nos sugería la lectura de la obra del filólogo argentino R. Ragucci, que lleva el mismo título de este comentario.
Así, hubo oportunidad para conocer nuestra capacidad expresiva como humanos (lenguaje), repasar reglas gramaticales (lengua) y particularidades del uso propio como medio de comunicación en cada comunidad, mediante el habla.
Fue Carlos Gagini quien, con su obra Diccionario de Costarriqueñismos, recopiló el habla propia de los costarricenses hace ya poco más de un siglo. Luego, otros autores han acrecentado este acervo cultural propio del tico: Luis Ferrero (Mil y tantos Tiquismos), Zulay Soto (Refranes, dichos y dicharachos de ayer y de hoy), el resumen de la tesis doctoral de Víctor Manuel Arroyo (El habla popular) y, más recientemente, el Diccionario de Costarriqueñismos de Miguel Ángel Quesada.
Así, en nuestro país se originaron una serie de palabras de uso popular como “mae”, “jale”, “chante”, y ahora que recientemente han pasado las celebraciones de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica, tengo presente la palabra “filustría”, castiza pero casi arcaica en nuestro medio: acción que denota habilidad y elegancia, tal como lo hace el vaquero con el lazo.
Pues bien, esto me lleva al acto de celebración en que el presidente Chaves tuvo la desafortunada ocurrencia de manifestar la “frase de la discordia” y la cual omito, tanto por ser harto conocida, como por respeto a la niña del caso, cuyos padres han solicitado que no se haga más alboroto por una frase de uso corriente en el habla del costarricense, ya que ellos no la consideraron ofensiva, sino un gesto afectuoso de parte del mandatario.
Solo por curiosidad, y como ChatGPT es mi amable consultor, le he comentado sobre el caso y les comparto su opinión –con la cual me identifico plenamente–. A continuación, resumo las partes de mayor interés en mi versión propia.
“En el habla costarricense, suele ser una expresión cariñosa que no debiera entenderse en sentido literal. Dicha expresión tiene un tono afectivo, lo que indica cualidades de simpatía o encanto que provocarían llevar a la niña consigo. Aquí, en tico familiar, eso es un piropo, y así fue tomado por la mayoría de las personas, hasta que algunos vieron segundas intenciones y han malinterpretado dicho gesto de simpatía. De mi parte, he oído esa frase con bastante frecuencia para referirse a niños y niñas, en un sentido figurado y como demostración de las gracias que adornan a la persona a las que va dirigida. Esta situación debe analizarse en el contexto y la realidad del habla, pues es parte del repertorio afectivo hacia las personas”.
Por otra parte, la expresión de “regalar” causa gran confusión entre los extranjeros y es rechazada por puristas del idioma, pues en Costa Rica es frecuente oírla cuando se pretende comprar casi que cualquier artículo, sobre todo los de poca monta. Así, cuando se dice “regáleme dos lapiceros”, por ejemplo, el dependiente entiende claramente que el cliente quiere que se los venda, que no es una solicitud de obsequio.
En casos similares de la riqueza expresiva del habla, cuando una mujer o varón se visten todos emperifollados (muy elegantes), se dice que “andan regando veneno” y nadie supone en su sano juicio que están rociando el ambiente con un biocida.
Asimismo, es común escuchar en el trato familiar o afectivo que alguien “va a comerse a besos” (o “matar a besos”) a cierta persona, y nadie pensaría que es un caso de antropofagia o evidencia de asesinato premeditado.
Y, a todo esto, ya que recientemente se celebró la romería a Cartago en honor a la Virgen de los Ángeles, la expresión de sentimiento, llena de fervor religioso, de designar a la patrona del país como la Negrita sería impropia por una doble razón: porque se usa un diminutivo a pesar de su grandeza espiritual y porque la palabra tiene un cierto tinte racial. No obstante, a nadie le parece que sea ofensiva.
El literalismo extremo puede llegar a ser enfermizo, y si se saca de contexto una frase, hasta puede ofender el pensamiento inteligente.
Tengo también un recuerdo lejano de una conferencia de Karl Berlo sobre teoría de la comunicación en la Universidad de Michigan cuando finalizaba estudios de posgrado (1967). Él insistía en que, entre emisor y receptor, ha de usarse un código preciso y un canal de comunicación de alta fidelidad, lo que, por lo visto en este caso, se ha perdido, pues la intención del emisor no ha sido bien interpretada por el receptor del mensaje.
En resumen, el señor presidente “quiso hacer una gracia y le salió un sapo”, expresión también de uso corriente en nuestro medio.
No era mi intención escribir este comentario, pero decidí hacerlo luego de que, en La Nación (01/08-2025), la señora defensora de los Habitantes tildara el asunto como falta grave, olvidando que es parte del habla del costarricense.
De mi parte, concluyo con una frase que me “robo” del título del artículo escrito por un distinguido profesor universitario también en Foro de La Nación: “Las gafas sucias con que vemos el mundo”. Considero que aplica –mutatis mutandis– al caso comentado.
Todavía se oyen ecos de ese distante suceso y hasta en la Asamblea Legislativa, casi 15 días después (La Nación, 7 de agosto), siguen tomando el rábano por las hojas, criticando lo dicho porque lo consideran una irrespetuosa cosificación de una persona.
Siento que se ha hecho una tormenta lingüística en un vaso de agua. En lo sucesivo, habrá que tener mucho cuidado al hablar. Por ejemplo, para preguntar por la fecha de nacimiento de un niño, mejor no decir: “¿Cuándo le regalan?”, pues algún despistado no entenderá que cada criatura es un regalo de Dios.
Para alejarme de este sainete politiquero, mejor dirijo mi pensamiento a un recuerdo musical de juventud: “Ni se compra ni se vende, el cariño verdadero; no hay en el mundo dinero para comprar los quereres (Manolo Escobar)”.
omoralesm22@gmail.com
Orlando M. Morales, hoy catedrático jubilado, es doctor en Fisiología. Fue vicedecano de la Facultad de Medicina de la UCR, exdirector de posgrado en Ciencias Biomédicas de la UCR y ministro de Ciencia y Tecnología (1990-1994).