
En el plenario legislativo se escuchó recientemente una frase que ningún demócrata debería pasar por alto. Un diputado oficialista, en medio de un debate parlamentario, “exhortó” a quienes piensan distinto a “hacer maletas y salir del país”, antes de que “el pueblo los destierre”. Exhortar así, entre comillas, pues los proyectos autoritarios se basan en el uso de la fuerza para intimidar a sus opositores, todo hablando, supuestamente, en nombre del pueblo.
Esta expresión, cargada de amenaza, de desprecio por la diferencia y de nostalgia por una forma de poder que no acepta límites, refleja una visión política antidemocrática que Costa Rica decidió rechazar hace varias décadas.
No es un exabrupto menor ni una simple provocación. Es el reflejo de un clima político que, poco a poco, se va contaminando de intolerancia, donde el adversario se percibe como enemigo y la crítica, como traición.
Pero Costa Rica no nació de esas ideas. Nació de la esperanza, del respeto y de la convicción de que una patria se construye incluyendo y buscando el bienestar para el mayor número, no expulsando.
Una historia que no se destierra
Hace 76 años, nuestra nación decidió un cambio de rumbo con el objetivo de que perdurase para siempre en nuestra identidad: abolimos el ejército.
En lugar de invertir en armas, decidimos invertir en escuelas. Dejamos de construir cuarteles y levantamos hospitales. Decidimos no temerle al pueblo, sino confiar en él. Le declaramos la paz al mundo y la declaramos entre nosotras y nosotros.
Esa fue la mayor revolución de nuestra historia: la que convirtió la educación, la justicia y la solidaridad en nuestra verdadera defensa nacional.
Esa visión no fue producto del azar ni de la casualidad. Fue la obra de una generación de costarricenses que entendió que el poder debía estar al servicio de la gente, no de los intereses particulares. Apostamos por un Estado social de derecho en el cual las oportunidades son para todas y todos, no para pequeños grupos.
Don José Figueres Ferrer soñó con un país donde la libertad y la igualdad caminaran de la mano. Rodrigo Facio imaginó una universidad abierta al pensamiento crítico y al compromiso social, receptiva de todas las inquietudes filosóficas, científicas o sociales, como él mismo lo dijo. Emma Gamboa, maestra ejemplar, nos enseñó que educar es formar ciudadanía, no solo transmitir conocimientos. Y junto a ellas y ellos, miles de hombres y mujeres, campesinos, maestras, estudiantes, trabajadoras, construyeron un país donde la democracia no era un discurso, sino una forma de vida.
Por eso duele escuchar que, desde el propio Congreso, casa de la democracia, se invoque el destierro como respuesta a la crítica, como si no tuviésemos abundantes ejemplos en la región del dolor que causan el destierro y el exilio de la disidencia política. Porque si algo distingue a Costa Rica de los regímenes autoritarios es precisamente nuestra convicción de que el disenso no se castiga: se respeta, se debate, se escucha.
Cuando el exilio deja de ser una metáfora
Basta con mirar a nuestro alrededor para comprender el valor de lo que tenemos.
En Venezuela, cerca de 8 millones de personas han debido huir de su país por persecución, hambre o censura. En Nicaragua, más de 88.000 personas se han refugiado en Costa Rica desde 2018, escapando de la represión política. En ambos casos, cientos de periodistas, estudiantes y defensores de derechos humanos viven hoy el verdadero “destierro”; no el metafórico, sino el impuesto por la violencia y el miedo.
Las amenazas verbales son las semillas del miedo, cuando el temor germina en la política, la democracia se marchita. Costa Rica debe mirar esos espejos con humildad, pero también con firmeza y la clara determinación de no repetir esas experiencias.
La patria de todas y todos
Costa Rica no pertenece a un partido, ni a una ideología, ni a un gobierno.
Es de quienes trabajan desde el anonimato para sostenerla viva: las maestras rurales, los caficultores, los emprendedores, las madres jefas de hogar, las juventudes que todavía creen en el bien común. También le pertenece a quienes disienten, critican o exigen cuentas al poder, por más que eso incomode a unos pocos que dicen hablar por todos.
El Tribunal Supremo de Elecciones no es un obstáculo, es una de las joyas más puras de nuestra institucionalidad. Somos ejemplo ante el mundo porque, entre otras cosas, tenemos una justicia electoral independiente de los poderes políticos, económicos y mediáticos.
Gracias a él, cada voto vale lo mismo y cada persona, sin importar su apellido o su riqueza, tiene voz en las urnas. Cuando alguien amenaza a sus funcionarios o descalifica su papel, no está atacando a un grupo: está golpeando la confianza colectiva que sostiene nuestra patria.
El pluralismo, la libertad de prensa y el respeto por los derechos humanos no son lujos del pasado. Son las condiciones mínimas para una convivencia democrática sana.
Costa Rica no se levantó sobre discursos de odio ni sobre amenazas. Se levantó sobre el trabajo, la educación y la convicción de que en la diferencia también hay patria.
La generación que no se irá
Nuestra generación ha heredado una democracia imperfecta, sí, pero valiente.
Una democracia que resistió guerras, crisis económicas y populismos, porque siempre hubo más gente dispuesta a construir que a destruir. Hoy, frente a quienes invocan el miedo o el destierro, debemos reafirmar con serenidad y coraje: no nos iremos.
No haremos maletas porque amamos esta tierra. No huiremos porque creemos que el patriotismo verdadero no consiste en callar, sino en hablar con respeto.
Y no nos rendiremos, porque defender la democracia nunca ha sido cómodo, pero siempre ha sido justo.
A cada discurso de odio, respondamos con humanidad. A cada intento de división, respondamos con diálogo. A cada amenaza, con civismo. A la violencia verbal, con la fuerza moral de quienes creen en un país donde caben todas y todos.
Costa Rica no necesita desterrar a nadie. Necesita abrazar sus diferencias, sanar sus heridas y volver a reconocerse en su esencia: un pueblo pacífico, solidario y profundamente humano.
Esa es la patria que heredamos y la que seguiremos defendiendo. Y aunque algunos intenten sembrar miedo, Costa Rica seguirá siendo tierra de paz, democracia y derechos humanos.
Montserrat.ruiz@asamblea.go.cr
Montserrat Ruiz Guevara es diputada de la República.