La huelga languidece, moribunda y fracasada, cuyos despojos, los pocos huelguistas que quedan, miran con disimulada frustración. Me recuerdan al rey Príamo, legendaria figura homérica; padre amoroso, quien mostraba un dolor intenso por su valiente hijo Héctor, muerto en combate. Pero hay una clara diferencia: bajo su dolor de padre había una razón ética; en los sindicalistas, ese valor sagrado, no existe.
El sindicato no es per se un instituto legal nocivo, pero los sindicalistas lo han convertido en un instrumento pernicioso para el desarrollo del país.
Los costarricenses debemos aprovechar esta huelga cruel, así diseñada por los trasnochados dirigentes. La amarga experiencia nos debe hacer reflexionar y así evitar, en adelante, los efectos devastadores de estos movimientos sociales, mal concebidos y muy mal dirigidos.
Los pseudolíderes deben tomar conciencia de que carecen de preparación y liderazgo. Los hechos nos demuestran que no tienen valores éticos, ni inteligencia emocional para dirigir acertadamente a sus agremiados.
Esa ausencia de liderazgo es una carencia que se presenta en el país de unos años hacia acá, en todos los estamentos sociales: no existen líderes en la política, ni en lo académico, ni en lo empresarial. No se encuentran en los colegios profesionales. No existen en las instituciones estatales y no los encontramos en el terreno religioso.
Un triste recuerdo. La historia registra los hechos cometidos por los sindicalistas en la zona sur, concretamente en Golfito.
En Golfito, operaba la Compañía Bananera de Costa Rica, empresa que daba empleo a miles de personas en las bananeras. Existía un ferrocarril para el transporte de la fruta y de las personas. El lugar era limpio, ordenado, de cuidadas zonas verdes en el área urbana. Había hermosas viviendas con una arquitectura muy propia del lugar, de las cuales aún permanecen en buen estado algunas, como fiel testimonio de aquella época.
Al muelle, de gran actividad, llegaban numerosos barcos, que transportaban el banano a los mercados del exterior.
Transcurría la década de los ochenta y estaba en el gobierno Luis Alberto Monge Álvarez, gobierno que luchaba con denuedo contra la terrible crisis económica, generada, entre otras causas, por la administración de Rodrigo Carazo Odio.
El país estaba tratando de salir de aquella penosa crisis. Imperaba en nuestra economía una galopante inflación y el dólar estaba por las nubes.
En ese contexto, los sindicalistas de la zona tuvieron la idea de hacer una huelga contra la empresa.
Abandono. La compañía, cansada por esas acciones perturbadoras, decidió levantar sus operaciones económicas e irse. El pueblo entero quedó en el más absoluto abandono, miles de personas sin trabajo, las familias con hambre, dejadas al amparo de Dios. Se perdieron 2.500 puestos de trabajo.
Luis Alberto Monge, junto con su ministro de la Presidencia, Danilo Jiménez Veiga, y el vicepresidente, Alberto Fait, persona también de clara inteligencia, tuvieron la genial idea de crear el Depósito Libre Comercial de Golfito. Así se logró paliar, en parte, la crisis.
La pregunta que surge es: ¿Qué hicieron los sindicatos para aliviar al menos en parte aquella debacle? La respuesta es nada, absolutamente nada. No aportaron soluciones ni ideas. Se escondieron o huyeron en desbandada.
Los sindicalistas, en todo el ámbito nacional, se han distinguido por que nunca han tenido programas sociales, no se han proyectado a la comunidad con acciones positivas. Lo único que saben aplicar, y lo hacen con astucia, es el daño a la comunidad.
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La zona sur, casi 35 años después de aquellos acontecimientos, aún no logra recuperarse de la catástrofe económica y social. Así lo demuestran los recurrentes conflictos por las tierras, que persisten en esos lugares, donde la pobreza sigue campeando como consecuencia directa de aquella huelga.
He creído conveniente recordar estos acontecimientos históricos, tal vez con la vana esperanza de que los “líderes” sindicales reflexionen, lo que considero difícil, pero, principalmente, para que las nuevas generaciones, que no vivieron esos acontecimientos, los conozcan y eviten, en lo posible, que por movimientos mal concebidos el país se vea inmerso en la pobreza y el retroceso.
El autor es abogado.