Estas palabras son mi desahogo y mi protesta ante la triste decisión del MEP de eliminar la asignatura de Educación para la Sexualidad y la Afectividad que creamos e implementamos en el 2012, y estuvo vigente hasta hoy, cuando el MEP y el Consejo Superior de Educación la eliminaron de un plumazo.
Empecemos por reconocer que pocas cosas nos importan más a los seres humanos que el amor, el afecto y, claro, el sexo. Nos importa muchísimo sentirnos queridos y sentirnos deseados. Pocas cosas nos definen mejor que nuestros afectos.
De hecho, cuando se viven bien, el amor, la afectividad y la sexualidad pueden ser fuentes del mayor bienestar y plenitud que podamos sentir. Ah, pero cuando se viven mal, todo en nuestra vida puede volverse deprimente y oscuro. En materia de afectividad y sexualidad, los seres humanos podemos hacernos mucho daño en muy diversos sentidos.
En el amor y en el sexo pueden darse relaciones malsanas de poder, vivirse situaciones de profundo irrespeto y de gran desigualdad, presentarse situaciones de maltrato, de violencia, de miedo y, como tristemente vemos con frecuencia en las noticias, de muerte, sobre todo para las mujeres.
Y ni que decir de la salud sexual y reproductiva: cuando las personas, principalmente las jóvenes, no cuentan con suficiente información y una sólida formación en sexualidad y afectividad, resulta en embarazos no deseados, en embarazos adolescentes, en infecciones de transmisión sexual, en abortos mal atendidos y, a veces, hasta en la muerte por alguna de esas causas.
Por eso, y luego de un largo proceso de preparación, en 2012 presentamos al Consejo Superior de Educación (CSE) los programas para una nueva asignatura en sétimo, octavo y noveno año: Educación para la Afectividad y la Sexualidad Integral.
El Consejo la aprobó, enfrentamos múltiples recursos de amparo y, con el aval de la Sala Constitucional, el programa se puso en marcha en 2013. En 2017 los programas fueron modificados y ampliados a décimo y undécimo, manteniendo un enfoque centrado en los derechos humanos.
Se dijeron muchas mentiras sobre estos programas, tratando de asustar a las familias para que sus hijas e hijos no asistieran a estas clases. Pero fracasaron, el programa se implementó y sus resultados han sido más que positivos.
Una buena educación afectiva y sexual hace mucho por mejorar la forma en que nos amamos, la forma en que manifestamos nuestros afectos y, por supuesto, también la forma en que vivimos nuestra sexualidad, buscando un disfrute responsable del placer, un disfrute siempre respetuoso de nosotros mismos y de las personas con las que compartimos nuestra vida sexual.
Más aún, una buena educación afectiva y sexual contribuye a minimizar los daños que resultan de un mal manejo de los afectos y del placer sexual. Tal vez el ejemplo más claro lo hemos visto en la dramática reducción de los embarazos adolescentes que se ha vivido en Costa Rica desde 2012, reducción atribuible en parte a estos programas educativos, al Proyecto Mesoamericano de Prevención del Embarazo Adolescente implantado por la CCSS en 2013 y a la Ley 9406 de relaciones impropias de 2016.
¿Por qué renunciar a esto eliminando la educación sexual? ¿Por qué poner en riesgo a nuestra juventud?
Y no nos vengan con aquello de que “a mis hijos los educo yo” porque ya habíamos visto los resultados de esto cuando no existía la asignatura, y los seguimos viendo en las regiones del país donde más objeción hubo contra estos programas.
Que tampoco nos digan que es lo que la mayoría quiere, pues de acuerdo con las encuestas de salud sexual y reproductiva del Ministerio de Salud, casi un 95 % de las personas consideran que el sistema educativo debe impartir educación sexual.
Tampoco es de recibo el argumento de la ministra, que ahora dice que van a enseñar sexualidad “sin sesgos ideológicos ni formación erótica”. ¿A quién quiere engañar? La verdad es que hablar de sexualidad sin hablar de erotismo es como hablar de comida sin hablar de sabor.
No comemos chocolate porque contiene antioxidantes, sino porque es rico. El amor y el sexo —como la comida— no se reducen a química o biología; tratan de relaciones humanas, intensas y complejas.
El amor y el sexo siempre estarán ahí. Con educación o sin ella, estarán ahí. Yo prefiero, por mucho, que vengan acompañados de una buena educación en el sano manejo de los afectos y la búsqueda responsable de una vida sexual placentera. Pero hoy, el MEP y el CSE nos dicen que no, que mejor amor y sexo sin educación, que mejor educación sin amor ni sexo. Se equivocan.
Como país, como sociedad, no podemos aceptar esta regresión educativa. El MEP y el CSE debieran reconsiderar y revertir esta trágica decisión. De lo contrario, sobre ellos recae la responsabilidad de cercenar el derecho de nuestra juventud a una educación que la forme en algo tan vital como aprender a quererse bien.
Leonardo Garnier es economista y fue ministro de Educación de 2006 a 2014.
