
Cada vez que estoy lejos de la patria, lejos de Costa Rica, no puedo evitar pensar en lo afortunados que somos de ser hijos de este país tan especial que, a lo largo de la historia, había logrado ser exitoso en ámbitos como la educación, el cuidado de la naturaleza, la paz y el crecimiento socioeconómico.
Tenemos una naturaleza única: con una superficie de apenas 51.100 kilómetros cuadrados –que es aproximadamente el 0,03% de la superficie de la Tierra– el nuestro es un país megadiverso, pues alberga más de un 5% de la biodiversidad total del planeta.
Esa es una riqueza extraordinaria que pocos países tienen y que nos ofrece la posibilidad de aprovecharla de manera sostenible para producir medicamentos, alimentos y esencias, y también para atraer el turismo, como lo hemos hecho en las últimas décadas.
También tenemos dos mares que bañan nuestras costas: en el este, el Atlántico, y en el oeste, el Pacífico, con playas maravillosas, una gran riqueza ambiental y una diversidad cultural que nos hace más fuertes como sociedad.
A lo largo de muchas décadas, vivimos en paz y supimos aprovechar esa paz y la ausencia de ejército para invertir en la educación de nuestros niños y jóvenes, lo cual transformó a nuestro país en una nación admirada en todo el mundo.
Esto contrasta de manera muy fuerte con la realidad de otras latitudes. Hoy, que justamente me encuentro en Oriente Medio, asistiendo a una reunión de la Universidad Americana de Beirut, puedo percibir el dolor y la destrucción de sociedades que han debido afrontar conflictos bélicos.
Nosotros, en cambio, heredamos un país pacífico y una cultura de paz que no debemos dejar ir por ninguna razón, esa paz que ha reinado por décadas en nuestros pueblos y nuestras calles, y que debemos proteger, porque el precio que pagaremos si la seguimos descuidando será inmenso.
La paz es mucho más que la ausencia de un ejército; es una forma de vida, una forma de respeto mutuo; es la seguridad de que nuestros hijos no arriesgan su vida cuando salen a la calle; es la certeza de que nuestras casas están seguras, de que nuestras familias pueden crecer y desarrollarse en armonía con los vecinos.
Por otra parte, durante años tuvimos un sistema de educación pública extraordinario, con primaria, secundaria y educación superior prácticamente gratuitas, del cual se han beneficiado muchas generaciones. A muchos costarricenses que provenimos de hogares humildes, este sistema nos ha permitido tener una profesión y una vida digna.
Si bien, como trascendió hace poco, el Informe del Estado de la Educación revela que nuestro sistema educativo sufre un franco deterioro, también es cierto que hay mecanismos para resolver sus desafíos y juntos podemos rescatarlo y llevarlo de vuelta al nivel deseado.
Por otra parte, los costarricenses hemos tenido el privilegio de contar con un seguro social que atiende nuestras necesidades de salud cuando nos enfermamos. Ebáis, clínicas y hospitales de la CCSS nos ofrecen atención médica sin que debamos pagar con nuestros ahorros.
Es cierto: también la seguridad social costarricense requiere atención, pero contamos con esta y debemos protegerla y procurar su fortalecimiento.
No hay duda de que el “pura vida” que espontáneamente usamos los costarricenses es un sentimiento que se fundamentó en esa realidad que hemos disfrutado, porque hemos sido y aún hoy somos afortunados.
Sin embargo, ahora me pregunto: ¿qué es lo que nos ha pasado en Costa Rica en los últimos años? Aquella Costa Rica que me ha hecho sentir tan orgulloso está en peligro. Tengo mucho temor de perderla y de verla convertida en un lugar de enfrentamientos, división e inseguridad ciudadana, donde se instalen la violencia, el crimen y la pobreza, condiciones sumamente difíciles de revertir.
Hoy nos enfrentamos entre amigos, familia, grupos sociales y lo hacemos de una manera agresiva y ofensiva. Nos disgustamos e insultamos; nos alejamos unos de otros por diferencias de visión, porque apoyamos a tal o cual candidato o candidata.
En lugar de oír opiniones diferentes que nos enriquezcan y nos abran la mente, nos cerramos totalmente a escucharnos y el rechazo viene cargado de groserías.
Nada de esto está sucediendo de manera espontánea: nos están manipulando, nos están queriendo tener enfrentados, porque de esa forma podrán convertirnos en un país donde crezcan males como la violencia y el narcotráfico.
Todos, unidos, debemos prevenir que esto nos suceda. Debemos rechazar a quienes nos quieren enfrentados unos a otros. Hay muchas y muy importantes razones para unirnos y luchar juntos por los ideales correctos.
Justamente, en estos meses que siguen tenemos ante nosotros la oportunidad de tomar decisiones que nos devuelvan la ilusión como país, que nos acerquen a las urgentes soluciones de sistemas tan importantes como el de educación y salud. No dejemos que nadie nos confunda, no olvidemos lo que es verdaderamente importante para vivir en paz. El país educado, próspero, seguro, pacífico que todos y todas deseamos, sigue siendo posible.
Escuchemos con atención y análisis crítico las propuestas de los aspirantes a cargos de elección popular; busquemos sus argumentos y no sus opiniones personales infundadas y sesgadas; tampoco nos dejemos llevar por las ofensas ni ataques. Eso nos llevará solo al despeñadero.
Como costarricenses, pensemos en quién o quiénes pueden darnos la respuesta a una educación pública de excelencia, a una CCSS más consolidada financieramente y capaz de dar atención segura y eficiente a todos por igual, al grave problema de seguridad ciudadana que hoy nos angustia tanto, a la creciente penetración del narcotráfico. Cómo alejar a nuestros niños y niñas de ese flagelo; quién o quiénes están verdaderamente dispuestos a luchar contra la desigualdad social.
Para todo esto, necesitamos elegir los líderes políticos correctos. Esos que estén dispuestos a construir, a unirnos como nación, a señalarnos un norte de solidaridad, desarrollo, justicia y paz, y a rescatar los valores humanos que nos hicieron un pequeño país al que todo el mundo miraba con admiración.
Y la condición primordial para lograrlo es que salgamos a votar en las elecciones de febrero próximo. Pongámonos la meta de alcanzar al menos un 90 por ciento de participación. No dejemos que unos pocos costarricenses decidan por todos.
Busquemos el mejor o la mejor candidata y que, pasadas las elecciones, tengamos la conciencia de haber respondido con fervor democrático y la satisfacción de que el resultado fue decisión de la mayoría, no de un puñado de personas. En ese momento, estaremos más orgullosos de nuestra democracia y más seguros de nuestro futuro.
José Zaglul Slon es presidente emérito Universidad EARTH.