Seguí en días anteriores la discusión acerca de la viabilidad del auto eléctrico en nuestro país y me parece que ambos autores (Andrés Formoso y Rodolfo Echeverría Martín) dejaron de lado la cuestión más importante: la autonomía y la incómoda recarga de la batería.
Si el tiempo de recarga es demasiado largo y debe ser muy frecuente, dejará de interesarnos y buscaremos algo mejor. Esa es precisamente la razón por la cual el auto eléctrico no acaba de cuajar en el mercado: no dura lo suficiente funcionando y el tiempo necesario de recarga es demasiado largo.
Incluso el muy caro Tesla modelo S, cuya autonomía es de 500 km y permite una recarga ultrarrápida para recuperar 200 km sigue estando demasiado lejos de los 1.000 km recargables en cuatro minutos en muchos carros de gasolina o diésel actuales.
Además, las baterías se degradan con las recargas, y si el recargado se hace en forma rápida perderán capacidad de uso y vida útil. Una solución sería quitar la batería gastada y poner otra en centros especializados, sin aflojar ni socar tornillos, algo así como los cilindros de gas, que no se rellenan sino que se cambian por otros llenos.
Esto no fácil, pues todas las baterías de todos los carros deberán ser unificadas a un solo modelo y su ubicación debe ser de fácil acceso para posibilitar un cambio rápido.
Los fabricantes de vehículos buenos, como los japoneses y alemanes, querrán usar baterías potentes de alta calidad y caras, mientras que los demás, como los chinos, se decantarán por baterías baratas agotables más rápidamente. Ponerlos de acuerdo parece una tarea imposible.
Recarga. La batería de un carro eléctrico medio tiene una capacidad de 25 kW/h, y cada vez que la cargamos desde 0 deben inyectársele esos 25 kW/h, algo nada fácil. Veamos por qué.
Una casa normal tiene una potencia de unos 4 kW. Apagando todo, solo podríamos suministrar al carro esos 4 kW de los 25 kW necesarios, lo cual obliga a tenerlo conectado por seis horas durante las cuales el medidor estará dando vueltas como loco para asegurarnos una bonita factura a fin del mes, y esto será prácticamente cada día.
Un Tesla modelo S dispone de una batería de 80 kW/h, pero eso implica que la recarga es tres veces mayor que la del vehículo promedio del ejemplo anterior, y se necesitaría tenerlo 18 horas conectado.
Tesla ha diseñado unos supercargadores ultrarrápidos, pero obligan a refrigerar con liquido sus baterías para eliminar el enorme calor producido durante la recarga. Ese calor, además, no es gratis. Es energía que se escapa inútilmente, aunque el medidor de consumo no lo perdona y nos la cobra. Estos tienen una potencia de 100 kW, lo que hace inviable tenerla en casa, pues la red eléctrica no podría soportar muchos.
Contaminación. Recordemos que el auto eléctrico no es todo lo verde que parece, pues la fabricación de baterías es muy contaminante, la recarga es ineficiente por el calor que se desperdicia, la recarga requeriría cambios en la red eléctrica, el intercambio robotizado de baterías requiere motores que lo hagan posible y, finalmente, la energía que inyectamos en las baterías proviene, en la mayoría de países, de una central eléctrica que quema carbón, por lo cual el humo, aunque no salga del carro, sale de otro sitio.
En fin, me temo que no es tan buena idea como nos la quieren vender.
El autor es economista.