En 1960, doña Flory, una mujer típica costarricense, tenía siete hijos. Su nieta hoy duda si llegará a tener uno. En apenas dos generaciones, Costa Rica pasó de ese nivel cercano a los siete hijos por mujer a la escalofriante cifra de 1,12 hijos por mujer en el 2024, según datos preliminares del INEC.
Esta transformación, que en Europa tomó un siglo, aquí nos “sorprendió” en 60 años, y no nos ha dejado tiempo para adaptarnos. Costa Rica ya está en la veintena de países con menor fertilidad a nivel mundial, superando a toda América e incluso a Italia, España y Japón en esta métrica.
Nuestra geometría poblacional ya muestra cambios importantes. La pirámide de 1960 se transformó en rectángulo y pronto será un hongo invertido. Los menores de 15 años cayeron del 32%, en el 2000, al 18% en el 2024, mientras en el mismo periodo los mayores de 65 subieron del 6% al 12%. Para el 2040, uno de cada cinco costarricenses será adulto mayor, y para el 2060 será uno de cada tres.
El envejecimiento se manifiesta de formas alarmantes. Los cantones rurales pierden población joven aceleradamente y se quedan con adultos mayores en proporción creciente. Hojancha, por ejemplo, ya tiene más del 17% de población mayor de 65 años y enfrenta un círculo vicioso: sin jóvenes no hay economía dinámica; sin economía no hay infraestructura o servicios; y, sin esto, más jóvenes emigran. Es una dinámica que ya hemos visto en otros países.
El tema de la infraestructura es importante, porque nos plantea una pregunta: ¿tendrá sentido económico invertir en regiones más y más despobladas, con menor y menor importancia para la economía? La respuesta a esta pregunta también la hemos visto en otros países.
El precio del cambio
Costa Rica desperdició parcialmente su bono demográfico, ese periodo dorado cuando la población trabajadora supera ampliamente a los dependientes. Este momento único, que permite acumular para el futuro, se nos escapó sin la preparación adecuada. Costa Rica ahora enfrenta los problemas del envejecimiento sin los recursos de un país desarrollado.
Nuestro sistema de seguridad social afronta una tensión matemática inevitable: el gasto en salud para adultos mayores crece a una tasa más alta que las contribuciones; a su vez, el régimen de pensiones anuncia un déficit importante para las próximas décadas.
Se perfilan escenarios difíciles para el país. El de menos fricción es el de ajustes reactivos, en el que nos decidimos a implementar reformas de último momento, cuando veamos la crisis de cerca. Esto vendrá acompañado de una desaceleración secular del crecimiento económico, y servicios públicos en un colapso controlado, en una sociedad envejecida con más personas viviendo solas.
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Para aspirar a un escenario más optimista requerimos visión política y una transformación cultural agresiva: necesitamos una reforma integral de pensiones que reconozca la nueva realidad demográfica; también, se requiere de política migratoria que atraiga talento joven, reconversión de infraestructura educativa y urbana para la atención de nuevas necesidades y, fundamentalmente, un nuevo contrato social que redefina las responsabilidades entre generaciones. Y todo esto, en el relativo corto plazo.
El envejecimiento de nuestra población es una certeza numérica de la que difícilmente podremos escapar. Se dice que la demografía es destino, pero este aún puede moldearse. Costa Rica tiene la capacidad de aprender y cambiar, pero el reloj no se detiene.
Humberto Grant es economista.