
Vi en redes sociales que en la época de Galileo, Júpiter tenía cuatro lunas. Hoy tiene 95. No fue que aparecieron más; es que ahora podemos verlas mejor. Lo mismo sucede con el autismo.
El autismo siempre ha existido, es parte de la neurodiversidad humana, así como lo es el déficit atencional, la dislexia o el síndrome de Down.
Las primeras descripciones clínicas de esta condición fueron publicadas en 1917 por el doctor Eugen Bleuler, pero, por supuesto, su concepto y entendimiento han evolucionado notablemente hasta hoy.
No se trata de una enfermedad, sino de una condición que se caracteriza por dos situaciones en particular: dificultades en la interacción social y la comunicación, junto con conductas estereotipadas, intereses restringidos y diferencias en la integración sensorial. Se habla de un espectro porque, aunque estos elementos son comunes, su manifestación varía enormemente de una persona a otra.
El aumento de diagnósticos no significa que haya una “epidemia” de autismo, sino que ahora lo identificamos con mayor claridad. Existe una mayor sensibilidad en la comunidad médica, educativa e incluso en las mismas familias hacia las diferencias en el desarrollo infantil.
Al igual que las lunas de Júpiter, el autismo no apareció de pronto: simplemente ahora lo podemos ver. Por eso, las estadísticas varían entre países y regiones, dependiendo de los recursos y el acceso a servicios especializados y del conocimiento que la población tenga sobre el tema.
Lo que sí es cierto es que, para algunas personas, esta condición tan variable se acompaña de grandes retos en el aprendizaje, la comunicación y la vida social. Eso generó que, en décadas pasadas, se cometiera el error de abordar el autismo tratando de “curarlo” o, al menos, de “disimularlo”, lo que provocó una imagen muy negativa de esta condición, pues se sometía a las personas a un gran estrés para tratar de encajar.
Lo otro que se ha intentado averiguar durante mucho tiempo y que recientemente está en tendencia, pero no por las razones correctas, es ¿en dónde se origina el autismo?
Décadas de investigación científica han mostrado que gran parte del origen del autismo está en la genética. Gracias al estudio del genoma humano, a la fecha hay más de 100 genes identificados y otros tantos están en estudio como posibles candidatos.
Muchos de estos genes actúan sobre el desarrollo y la conectividad neuronal de ciertas áreas del cerebro encargadas del procesamiento sensorial, la percepción social y las funciones ejecutivas. Además, estos genes tienen alta heredabilidad, lo que explica por qué hay familias en las que la neurodivergencia está tan presente. Sin embargo, la genética por sí sola no explica el 100% de los casos.
Sabemos también que hay factores del embarazo y el parto que pueden aumentar la posibilidad de autismo. Las infecciones, el estrés tóxico y, por supuesto, el consumo de sustancias son factores predisponentes en el embarazo.
El nacimiento prematuro es también una causa muy relacionada. El cerebro humano está en muy veloz desarrollo durante toda la gestación y no termina en el momento del parto, así que cuanto más prematuro sea el bebé, más posibilidad de que ese desarrollo cerebral se dé de forma diferente.
También se ha demostrado que ni el consumo de acetaminofén en el embarazo ni las vacunas tienen relación alguna con el autismo. Ambas prácticas no solo son seguras sino, además, necesarias para la salud integral tanto de la madre como del niño.
Recientemente, más de 130 profesionales de la salud y la educación, así como miembros de familias, nos reunimos en el simposio “Autismo: estrategias, herramientas y más” para hablar sobre las últimas novedades para mejorar su diagnóstico y abordaje en Costa Rica.
La clave está en la identificación temprana y en un abordaje integral que aproveche la plasticidad cerebral de la infancia. Médicos, terapeutas, educadores y familias debemos trabajar juntos para potenciar las capacidades de cada niño desde muy temprano.
El autismo no requiere cura ni culpables. Lo que necesita es comprensión, respeto y reconocimiento.
La comunidad autista, formada no solo por niños, sino también por adolescentes, adultos e incluso adultos mayores, forma parte viva de nuestra sociedad y contribuye día a día con talentos y perspectivas únicas.
El autismo siempre ha existido y, como las lunas de Júpiter, seguirá ahí: nuestro reto es aprender a mirar mejor.
tatiana.barrantes81@gmail.com
Tatiana Barrantes Solís es médica especialista en Pediatría con énfasis en Neurodesarrollo y máster en Epidemiología.