Entender cuáles son los límites y márgenes de autonomía relativa de nuestro país es diferente a sucumbir de forma obediente y sumisa ante otro país, por muy amigo y poderoso que este sea
Escuchar
PorLuis Guillermo Solís Rivera
Costa Rica ha sido –y pese a todo, sigue siendo todavía– un país con una imagen internacional y una capacidad de convocatoria desproporcionadamente grandes respecto de su minúscula extensión geográfica y su pequeño peso geopolítico. Tales atributos no son accidentales. Son resultado de décadas de cuidadoso manejo de nuestra política exterior, la cual, con contadas excepciones, ha sido un fiel reflejo de los procesos de desarrollo nacional y de la calidad de nuestra convivencia doméstica. Y ello ha sido fruto también de las acciones de todos los gobiernos, cada cual con sus énfasis y prioridades, cuyos cancilleres y demás funcionarios del Servicio Exterior y del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, han sido diligentes gestores de tales esfuerzos.
Para nuestro país, sin embargo, la política exterior es más, mucho más, que una “guinda en el pastel”. Carente de fuerzas armadas, de vastas riquezas naturales, de una economía grande y bien consolidada porque es altamente dependiente de los mercados internacionales, vulnerable ante amenazas naturales y políticas, y ubicada en un vecindario problemático con el cual hemos tenido conflictos casi permanentes desde nuestra incepción republicana, Costa Rica ha encontrado en el Derecho Internacional e instrumentos conexos un pilar esencial para garantizar su paz. Reitero, esto no es una metáfora: la política exterior ha sido primera trinchera desde donde Costa Rica defiende su interés nacional.
Lamentablemente, el gobierno de Rodrigo Chaves se empeña en abandonar ese derrotero y sus posiciones de política internacional representan una grave amenaza para nuestro futuro. Hoy, como resultado de sus acciones, nuestra imagen internacional está percudida y podría dañarse irremediablemente. Eso es cierto en materia de protección del ambiente, de ausencia de políticas claras de lucha contra el crimen organizado, de la política de apaciguamiento con la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua y ahora también, del abandono de los principios del Derecho Internacional, en particular la defensa de la integridad territorial de los Estados frente a la ilegal agresión de otros, como lo es la de Ucraniapor parte de Rusia.
No se puede afirmar, como se especula, que el gobierno de Chaves se plegara a (o peor aún, voluntariamente aceptara) una solicitud de Estados Unidos para que lo acompañe en su nueva posición respecto de ese teatro de guerra. Tampoco, que haya estado dispuesto a transar una candidatura por otros entendimientos como la anulación de visas a dos diputadas o la aceptación de migrantes de Oriente Medio deportados por la administración Trump, sin haber tomado las salvaguardas para la protección de sus derechos mientras se encuentren en territorio nacional. Pero sí queda claro que al acompañar a la potencia en un movimiento que contraviene la larga tradición nacional en favor del derecho internacional, Chaves está enviando otra pésima señal al mundo: la renuncia al ejercicio de nuestra voluntad soberana en materia de política exterior, mediante el abandono de nuestro posicionamiento histórico en la materia.
Nadie duda de la importancia que para Costa Rica tienen los vínculos de todo tipo con Estados Unidos. Esa es una relación que debe manejarse con prudencia e inteligencia, entendiendo cuáles son los límites y márgenes de autonomía relativa de nuestro país, como se ha hecho muchas veces en el pasado. Pero “entender” es diferente a sucumbir de forma obediente y sumisa ante otro país, por muy amigo y poderoso que este sea. Y en particular, hacerlo cuando las posiciones de ese país corren contrarias a las tesis que el nuestro ha defendido por décadas en defensa del interés nacional. Porque ¿qué duda cabe de que la segunda administración Trump ha planteado una agenda internacional contraria al multilateralismo, que desconoce la validez de los tratados, que revive la imposición unilateral como principal medio para concretar su voluntad, y que ha lanzado amenazas gravísimas a la integridad territorial de varios Estados, uno de ellos vecino nuestro?
Costa Rica puede brillar con luz propia, como lo ha hecho ya en muchas coyunturas incluso más álgidas que esta, sin perder su condición de aliado y socio confiable de Estados Unidos. Pero eso se logra con respeto, no con subordinación y menos con entreguismo. Porque, parafraseando a Benito Juárez, entre las gentes, tanto y como entre las naciones, “hay que ser deseado, no sobrado”.
solisriveralg@gmail.com
Luis Guillermo Solís Rivera es politólogo e historiador; fue presidente de la República de 2014 a 2018.
Costa Rica se abstuvo de votar una resolución durante la reciente asamblea de la ONU, la cual condenaba la agresión de Rusia contra Ucrania y la calificaba como una “invasión a gran escala”. Foto: AFP
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.