Miles de años han pasado desde que los humanos abandonaron el nomadismo para orientarse hacia un sistema productivo que evolucionaría hasta la sociedad moderna, diversificada e insostenible de nuestros días.
En tiempos antiguos, el anonimato de todo aquel que ejercía el trabajo comparable a planeamiento y construcción ayudó a dotar a los primeros arquitectos de un misticismo focalizado en el culto y la grandeza, esto debido a que eran los responsables de las obras más importantes en aquellos tiempos: los grandes templos y otras obras institucionales. La casa del dios era –indudablemente– más importante que nuestra casa.
Ya en épocas romanas se pueden datar los primeros intentos de construir viviendas compactas tipo apartamento de más de cuatro pisos con el fin de controlar la inesperada sobrepoblación en el imperio. Con el pasar de los siglos, y con la distribución de poderes en Europa, se comienza a contratar profesionales especializados para la construcción de iglesias y palacios, símbolos de poder, por lo que el arquitecto vuelve a ser importante pieza de una sociedad avanzada, mientras que las clases más bajas, campesinos y agricultores, al no disponer de recursos económicos suficientes construían sus viviendas de manera colaborativa.
Tema de interés. A mitad del siglo XIX, a causa de las precarias condiciones de vida de la clase trabajadora, las entidades políticas y gubernamentales comenzaron a ver la vivienda como un problema serio e incentivaron la construcción de numerosos edificios de departamentos con el fin de aglomerar la mayor cantidad de personas en el menor espacio posible. Las instituciones dedicadas a las viviendas de bajo costo comenzaron a aparecer.
En muchos países los gobiernos han tomado buenas medidas y destinan debida atención a viviendas asequibles y a los conjuntos de edificios verticales para personas de bajos recursos. Pero existen otros, muy avanzados en algunos aspectos y muy atrasados en otros, que proveen a familias casas de una sola planta, construidas en lapsos muy distantes del que se planearon a pesar de ser viviendas prototipo (el diseño ya está predefinido).
Mientras tanto, las zonas marginadas que crecen a mayor rapidez que las soluciones políticas, sociales y arquitectónicas se convierten en tugurios y aparecen subculturas.
En Costa Rica el tema de vivienda social está muy atrasado. La duración en desarrollarlas parece una broma y estas no cumplen con las necesidades urbanísticas de la época: se sigue pensando en horizontal. Para colmo, se pretende otorgar el mismo prototipo de casa a las diferentes zonas climáticas como si la misma medicina funcionara de igual manera para cada padecimiento. Por ejemplo, en zonas cálido-húmedas, como el sur del país, se construyen viviendas de bien social pegadas al suelo, a pesar del elevado nivel de humedad; con ventanas pequeñas, escasas y de vidrio, a pesar de la necesidad de ventilación cruzada; o bajas alturas y pocas pendientes en los techos que acumulan el calor por mucho más tiempo en los interiores, cuestiones que al final repercuten en la salud y en el ánimo de los habitantes.
Otra mentalidad. Afortunadamente, también hay grupos de profesionales que actúan en conjunto con varias organizaciones no gubernamentales, escuelas de arquitectura o instituciones como el IMAS, que tienen el fin de donar el diseño y trabajar en colectividad para su construcción involucrando a la misma comunidad, que esta a su vez va desarrollando un sentido de pertenencia.
El arquitecto es a menudo pensado como un lujo, pero no debemos olvidar que los arquitectos fuimos educados para diseñar viviendas dignas para toda clase de personas. Recordando al arquitecto Shigeru Ban, quien ganó el premio Pritzker (como el nobel de la arquitectura) hace algunos años, trabajaba no solamente en proyectos complejos y empresariales, sino también en diseños que donaba a la comunidad necesitada integrándola en el proceso de elaboración.