Posiblemente, el sino de las cumbres políticas sean las declaraciones generales de principios, las denuncias, las condenatorias y, sobre todo, las promesas. Cuanto más numerosos sean los invitados y más débil sea su peso específico, más solícita es, por otra parte, la tendencia a rehuír lo concreto.
La Quinta Conferencia Iberoamericana de Bariloche, Argentina, realizada esta semana, con la presencia de 18 de los 21 jefes de Estado de Iberoamérica y el rey Juan Carlos de España, no se apartó de este estilo. No, por ello, sin embargo, sus resultados pueden calificarse como magros o estériles. Las expectativas, además, sobre este tipo de cumbres han sido siempre recatadas. Pareciera que la reunión de los jefes de Estado de Iberoamérica, esto es, de una inmensa familia unida por la tradición, la esperanza y el espíritu, es ya de por sí un hecho bueno y promisorio, principalmente en una época transida, en algunas partes del planeta, por los desgarramientos nacionalistas y tribales. Que 18 jefes de Estado se pongan a hablar y a otear el horizonte es un signo de humanidad que se inscribe en nuestra añeja tradición humanista.
Más que de resultados debe hablarse, en estos foros, de temas preferidos, algunos de ellos angustiantes. En esta ocasión la lista se engrosó con los del terrorismo, el espantoso verdugo de los inocentes; la corrupción, que mina nuestras democracias y nuestras economías; el analfabetismo en Centroamérica, que nos ata al subdesarrollo; la educación, el más eficaz instrumento para el desarrollo, y la agresión interminable de la droga, que no solo es responsabilidad de productores sino también de los países consumidores. A estas cuestiones se agregaron tres condenatorias: contra los ensayos nucleares realizados en el Pacífico, con olvido de los que acaba de llevar a cabo China; el embargo económico y comercial contra Cuba y el entorpecimiento de las inversiones extranjeras en este país, y contra la amenaza del senador Dole de suspender a Costa Rica y Colombia del disfrute de las preferencias arancelarias. El apoyo recibido de parte de los países latinoamericanos opuestos al comercio del banano con la Unión Europea fue una muestra palpable de solidaridad. El sueño de esta cumbre fue el respaldo a la creación de la comunidad latinoamericana de naciones.
Fidel Castro fue el ganador de este encuentro iberoamericano. El síndrome del hijo pródigo. La condena del embargo fue, en esta oportunidad, más directa y explícita y la posición latinoamericana ante el problema cubano fue más abierta y hasta calurosa que en otras reuniones. No armonizó, sin embargo, esta apertura con una exigencia más categórica y nítida dirigida al régimen castrista frente a los derechos humanos y la democracia. Pareciera que la ilusión del retorno al redil sacrifica, en el seno familiar, la santidad de algunos principios. Quizá contribuyó a acentuar este cambio la mesura del anfitrión, Carlos Ménem, que, en otras cumbres, había sobresalido por su firmeza contra Cuba. Debe apuntarse, con todo, que Castro morigeró en esta conferencia y en las declaraciones a la prensa su lenguaje, a tono con varias, aunque sutiles, señales que insinúan en estas semanas mayores cambios en Cuba y hacia Cuba. Esperamos que, en el próximo encuentro iberoamericano en Chile, en octubre de 1996, las declaraciones muestren algún fruto.