El cese al fuego en Gaza constituye un avance tenue hacia la paz y un generador de esperanza para aquellos que anhelan el fin de una guerra que ha durado 15 meses y 13 días. No obstante, es crucial evitar la confusión entre un acuerdo frágil y la conclusión del conflicto en Gaza y en la región.
La tregua se alcanzó gracias a la mediación de Egipto, Catar y los Estados Unidos (EE. UU.). Se trata de acuerdos complejos, divididos en tres fases de seis semanas cada una. La primera comenzó el domingo, con la liberación de rehenes israelíes y prisioneros palestinos, aunque Benjamin Netanyahu se reserva el derecho de reanudar los ataques en cualquier momento.
Es fundamental comprender la reconfiguración de la correlación de fuerzas regionales que facilitó este alto al fuego: el colapso del régimen dinástico en Siria y la destrucción de las instalaciones militares sirias por parte de Israel, así como el ascenso de islamistas moderados, respaldados por Turquía; la desarticulación de Hezbolá en el Líbano, el retroceso militar de Irán frente a Israel y la retirada de Rusia de Damasco.
En este contexto, la rivalidad de las superpotencias por la región persistirá como parte de la recomposición mencionada y la transición hacia un nuevo orden mundial. La convergencia de Donald Trump y Joe Biden en la materialización de esta tregua evidencia que los intereses globales de Washington han primado sobre la polarización y división política interna.
Este esfuerzo conjunto constituye una base para la futura política del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Recordemos que en 2020, Trump logró la firma de los Acuerdos de Abraham entre Israel y varios países árabes, lo cual auguraba una normalización de relaciones frente a la amenaza iraní, con la posible inclusión de Arabia Saudita en tal esquema. Lamentablemente, los ataques terroristas de Hamás interrumpieron este proceso, y dieron nuevo ímpetu a Irán en sus delirios de hegemonía regional.
El éxito de la transición en Siria podría traer estabilidad regional. Empero, su fracaso y la hegemonía de los sunitas turcos serían una amenaza para los sauditas que volverían a tratar de normalizar relaciones con Israel.
Trump intentará reactivar este proceso y comprometer a los sauditas en la reconstrucción de Gaza, aunque es probable que Riad exija concesiones para los palestinos que serían difícilmente aceptadas por Tel Aviv.
Dos escenarios inmediatos, a partir de los Acuerdos de Abraham, podrían vislumbrarse:
1. Un gran acuerdo con Arabia Saudita para que se establezcan relaciones diplomáticas con Israel, seguido por acuerdos similares con otros países árabes. En esta coyuntura, es anticipable que los árabes insistan en la creación de un Estado palestino, solución de coexistencia que proveería a Israel de la tan deseada seguridad. Dados los rescoldos de la guerra y la belicosidad de la ultraderecha israelí, esta escena no es la más probable.
2. Que Donald Trump desestime la propuesta de los dos Estados y apruebe la expansión de Israel en Cisjordania. Esta opción podría agravar la situación y llevar a un conflicto interminable. Los extremistas de la ultraderecha seguirían abogando por una victoria total en Gaza y la eliminación de Hamás, olvidando que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. Sin objetivos claros, las victorias militares se diluyen o se transforman en guerras perennes.
Ambos caminos sugieren que Israel y los demás actores regionales aún se encuentran lejos de alcanzar la paz. Lo deseable serían concesiones mutuas y graduales sobre el tema de los dos Estados, con garantías de seguridad para ambas partes, la participación de la ONU y la presencia de fuerzas militares, tanto árabes como occidentales, para supervisar los acuerdos.
Paralelamente, es necesario considerar la crisis política interna de Israel. La ultraderecha religiosa y supremacista se opuso a los acuerdos, pero Netanyahu logró los votos del gabinete de guerra y del gobierno. En ausencia de un conflicto armado, la discusión interna podría intensificarse.
Otro gran problema político radica en la reputación: la guerra en Gaza ha generado acusaciones de genocidio, crímenes de guerra y una orden de apremio de la Corte Penal Internacional contra Netanyahu. La diplomacia israelí tiene ante sí un enorme desafío de restauración de su imagen.
