Los costarricenses nos hemos acostumbrado a vivir en democracia, a considerarla una parte inherente de nuestra existencia cotidiana, como si la hubiéramos tenido siempre, como si la fuéramos a tener por siempre. La posibilidad de que nos pueda faltar, que se pueda empañar, incluso que se pueda romper, no es para nosotros real.
Siempre vemos la democracia presente en nuestro futuro, la intuimos, presuponemos que ahí estará, porque no concebimos que pueda existir otra manera de vivir. Pero la democracia es un proceso social, es decir, está viva, puede cambiar y enfermar, a veces con un leve resfrío, en otras oportunidades con un mal grave y en algunos casos incluso morir.
Una democracia como la nuestra requiere cuidado continuo, al igual que la tierra necesita agua y sol para ofrecernos sus mejores frutos. Una democracia descuidada va camino a convertirse en una democracia enferma. Quienes creemos en la causa de la democracia debemos trabajar todos los días para fortalecerla. No hacen falta actos de heroísmo extraordinario. Por el contrario, pueden ser cosas sencillas, cotidianas, por ejemplo, incentivar valores como el respeto a la libertad de pensamiento, la libertad de expresión o el reconocimiento de la contribución de todos los grupos sociales y personas en el diario quehacer del país.
Hoy, es indispensable rescatar dos elementos fundamentales para la democracia: la confianza y junto con ella la capacidad de dialogar. “La democracia se romperá con las riendas tensas. Solo podrá existir apoyada en la confianza“, decía Mahatma Gandhi.
La confianza en el correcto funcionamiento de las instituciones democráticas, en la búsqueda del bien común por los gobernantes, en el compromiso de los ciudadanos con la tutela y la valoración de la vida en libertad, en el fomento del diálogo respetuoso e inclusivo como único mecanismo válido para la construcción de las políticas públicas son elementos esenciales en la base de la vida en democracia.
Algunos están más obligados que otros, entre ellos, las máximas autoridades del país, empezando por el presidente y sus ministros, porque durante su mandato son la cara más visible del proceso democrático. Corresponde a esos máximos responsables escuchar, no simplemente oír. Deben ser abiertos para entender la necesidad o la molestia del otro, ser propositivos para integrar las posibilidades del Estado con las necesidades de sus ciudadanos y ofrecer soluciones reales y ejecutables para no generar la decepción que va matando el compromiso con la democracia.
Deben generar y fomentar el diálogo con los demás actores del entorno social, llámese presidentes de los otros poderes, contralora, defensora, rectores universitarios, estudiantes, sindicatos, trabajadores, cámaras empresariales, en general con toda la sociedad. Deben tener siempre presente que sin diálogo nunca ha podido construirse un acuerdo y que sin respeto no será posible llegar al diálogo.
Por eso fue motivo de fugaz alegría la reconsideración de la decisión del presidente de no asistir a la reunión sobre seguridad ciudadana celebrada en la Asamblea Legislativa el martes. Con su asistencia, se abría la posibilidad de un diálogo fructífero sobre un tema trascendental, pero poco tardaron los participantes en entender que el mandatario no fue a escuchar, conversar o informar, sino a depositar en hombros de los demás poderes la responsabilidad por el fracaso de su gobierno en la materia. Criticó la supuesta liviandad de la agenda, cuestionó las intenciones de los legisladores de oposición y provocó una reacción firme y contundente del presidente de la Asamblea Legislativa, Rodrigo Arias, quien le reprochó “una óptica autoritaria” y recordó los defectos de las iniciativas planteadas por el Ejecutivo.
La democracia costarricense no puede prescindir del diálogo y el respeto si pretende generar la confianza creadora de acuerdos requeridos para mejorar la calidad de vida de todos. Estamos un poco más allá de la mitad del período de la presente administración, pero nunca será tarde. Es tiempo de aflojar las riendas y apoyarnos en la confianza. Costa Rica lo merece.
