La reciente visita de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, a Taiwán es un ejercicio de libertad individual y una legítima manifestación de apoyo de una dirigente política clave a la integridad y autonomía de la isla, una de las más sólidas y prósperas democracias asiáticas.
A la vez, ha constituido una provocación poco prudente a Pekín y su política de una sola China, aceptada casi universalmente, incluso por Washington, según la cual su régimen es el único detentador de la soberanía del Estado continental e insular. Por lo primero, merece apoyo; por lo segundo, no.
De la interacción entre ambas dimensiones surge una incógnita, que tardará cierto tiempo en despejarse: si su decisión verdaderamente contribuirá a reforzar la seguridad de Taiwán y a desestimular los ímpetus bélicos chinos hacia la isla, que considera parte integral e irrenunciable de su territorio, o si, por el contrario, la hará más vulnerable.
Por el momento, se han producido graves consecuencias inmediatas, que podrían originar problemas aún mayores.
La primera es que la decisión de Pelosi, quien, por su cargo, es la tercera en la sucesión presidencial de Estados Unidos, elevó al extremo el riesgo de confrontación en la zona. China emprendió el jueves masivos ejercicios militares alrededor de la isla, en los que ha empleado municiones y explosivos reales, ha enviado su mayor número de aviones y barcos de combate en décadas y ha irrespetado la línea informal que tradicionalmente separa las aguas de ambos territorios en el estrecho de Taiwán. Incluso, no se sabe si por error o voluntad incursionó en la zona económica marítima de Japón.
La segunda consecuencia es que, lejos de mantener el conflicto en esa dimensión territorial, el régimen chino lo recrudeció, al punto de poner fin a sus comunicaciones militares con Estados Unidos y a sus diálogos y cooperación alrededor del ambiente y otros asuntos esenciales. Esta decisión tendrá efectos muy profundos, y quizá a largo plazo, en lo que, con razón, muchos analistas han calificado como la relación bilateral más importante del mundo. Pero la reacción de Pekín ha ido más allá, con fuertes críticas y eventuales iniciativas contra los países europeos y otras democracias occidentales que han censurado sus ejercicios castrenses y le han exigido contención. Esto actuará como un factor desestabilizador de escala global.
Además, es casi seguro que, en medio de las tensiones incrementadas, el gobierno de Xi Jinping —cada vez más centralizado y autocrático— haga más explícito y amplio el respaldo, por ahora cuidadoso, que ha brindado a Rusia tras la invasión de Ucrania.
La agresividad de la respuesta y los riesgos desatados no sorprenden, y eran previsibles; por algo, desde que hubo rumores sobre la visita, el Ejecutivo estadounidense trató de que Pelosi no la realizara como parte de un periplo más amplio por Asia. Aun así, la política demócrata decidió seguir adelante, y pronto se creó una situación sin salida fácil: si se abstenía de ella, se vería como que estaba cediendo a las presiones chinas; si continuaba adelante, el desafío sería de gran magnitud, lo mismo que la secuela reactiva. Sucedió esto último.
Tememos que, en lugar de fortalecer, su decisión contribuya a debilitar la seguridad taiwanesa. La forma de respaldar a la isla no es con provocaciones de alto nivel. Lo esencial es brindarle una robusta asistencia militar, que coadyuve a reforzar sus defensas, y dotar a sus fuerzas armadas de suficiente capacidad para disuadir a China de una invasión o intento de bloqueo, por los costos que le implicaría. Esto lo entienden perfectamente los estrategas estadounidenses. Junto con ello, es necesario dar pasos progresivos en el frente diplomático para abrir mayores modalidades de interacción de Taiwán en iniciativas y hasta organismos multilaterales.
El territorio de 23 millones de habitantes merece un robusto respaldo, por su democracia, liberalismo, ejemplar progreso y papel clave en la producción de microcomponentes y otros artículos de altísima tecnología, vitales para la economía global. Pero ese necesario apoyo no debe estar reñido con una elemental prudencia; tampoco, ceder a chantajes de los autócratas chinos. Los balances deben ser cuidadosos.