La tasa de mortalidad infantil (TMI) aumentó en 2024 a 10,3 por cada 1.000 nacimientos, la cifra más alta en Costa Rica desde 2002. Es un hecho preocupante porque este dato, aunque es un frío indicador estadístico, refleja el estado de la salud materno-infantil, la calidad del sistema sanitario y las condiciones sociales del país.
Detrás de estas cifras, está también el dolor de los padres de los 472 niños que murieron antes de cumplir su primer año de vida, 17 más que en 2023. Si nos vamos al 2020, la tasa era de 7,86, y en el 2015, de 7,74. Incluso, desde el 2007 no veíamos, como ahora, una cifra de dos dígitos, lo cual, después de más de 15 años de avances sostenidos, constituye un claro retroceso y una alerta que exige investigar qué pasa, por qué ocurre este deterioro.
Desde noviembre, dos altos funcionarios del Ministerio de Salud advirtieron de que no solo la mortalidad infantil iba en aumento, sino también la materna. Además, precisaron las causas de esta tendencia: “La mortalidad materna e infantil es un indicador clave de la calidad de los sistemas de salud. Un aumento suele señalar problemas en la atención médica, especialmente en el cuidado prenatal, el acceso a servicios de emergencia y la atención durante el parto y el posparto”, afirmaron Kattia Alfaro y Roberto Castro, de la Unidad de Epidemiología de la Dirección de Vigilancia de la Salud. En el primer semestre de 2024, la mortalidad materna registró ocho defunciones, el doble de las reportadas en todo 2023.
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Con datos tan desgarradores, es urgente que el Ministerio de Salud, como ente rector de la salud pública, investigue las causas y diseñe políticas públicas eficaces para corregir un problema que, sin duda, es multifactorial. Es imprescindible revisar caso por caso, por provincia y cantón, para determinar si los fallecimientos pudieron haberse evitado mediante una mejor atención en los hospitales y clínicas de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), con controles prenatales adecuados y acceso oportuno a la salud.
También debe analizarse si obedecieron a factores como pobreza, baja escolaridad, malnutrición, transporte, enfermedades prevenibles o falta de infraestructura médica. Es fundamental esclarecer por qué algunas regiones presentan una alta cantidad de casos un año y una reducción drástica al siguiente. Resulta incomprensible, por ejemplo, que Guanacaste haya sido la provincia con mayor TMI en 2024, cuando un año antes había registrado la más baja.
En el reportaje “Mortalidad infantil registra valor máximo desde 2002”, publicado el 11 de abril en La Nación, la periodista Irene Rodríguez advirtió sobre la gravedad del problema, señalando que la tasa nacional ya se acerca al umbral crítico fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS): 12 muertes por cada 1.000 nacimientos.
Como se planteó en esa información, es necesario esclarecer si detrás de estas cifras, se oculta una realidad inaceptable: que las oportunidades de vida de un recién nacido dependan de la zona donde le toque nacer. Olga Araya Umaña, coordinadora de la Unidad de Estadísticas Demográficas del INEC, recomendó estudiar el fenómeno. Como ejemplificó, las complicaciones en el parto no son iguales para quien nace en un hospital de alta capacidad, como el México, que para quien lo hace en una clínica periférica.
De igual forma, el acceso a controles prenatales puede variar entre quienes viven cerca de un centro de salud y quienes habitan en zonas rurales o comunidades indígenas alejadas. Lamentablemente, hay una realidad: 22 cantones superaron el umbral crítico de la OMS en el año 2023, al registrar más de 12 muertes por cada 1.000 nacimientos. Esta variabilidad geográfica intriga y obliga a investigar.
Igualmente, a agosto de 2024, por ejemplo, Salud identificó las provincias con mayor tasa de mortalidad infantil respecto a la tasa nacional: Limón (12,9), Guanacaste (11,9), Puntarenas (11,8) y San José (11,2). Eso obliga a preguntarse por qué Cartago, Heredia y Alajuela reportaban una menor. La respuesta es un misterio.
Es sabido que la TMI nunca podrá reducirse a cero debido a condiciones específicas como la prematuridad o las malformaciones congénitas. Sin embargo, existen acciones concretas para disminuirla como, por ejemplo, realizar minería de datos para orientar mejor las políticas públicas; prevenir el embarazo en la adolescencia; mejorar los controles prenatales; reducir los casos de prematuridad; garantizar que los partos sean atendidos por personal capacitado; asegurar una atención adecuada al recién nacido, y completar oportunamente el esquema de vacunación.
Reducir la mortalidad infantil es posible. El país ya lo había logrado. Ahora, el primer paso crucial es que el Ministerio de Salud asuma la responsabilidad de identificar sus causas. Insistimos, los costarricenses no podemos permitir que la oportunidad de vivir de un recién nacido dependa del lugar donde le toque nacer.

