Con solo 40 años, Emmanuel Macron alcanzó la presidencia de Francia y un sólido prestigio internacional por la seriedad, inteligencia y solidez de sus planteamientos. Sus intervenciones públicas, en su país y en las numerosas naciones y organismos visitados durante su todavía temprana gestión, han recuperado para Francia una proyección como la que no había tenido en muchos años. La “era de Macron” comienza a alcanzar una fisonomía propia.
La presencia del mandatario en el Foro Económico Mundial, anualmente celebrado en la ciudad alpina de Davos, tuvo un impacto instantáneo. Frente a un salón repleto, el presidente habló del panorama económico y social de su país, siempre en el contexto de la Unión Europea. Con gráficos y cuadros, argumentó que no habría una Francia exitosa sin una Europa exitosa.

Para lograr los objetivos comunes, enfatizó la necesaria cooperación del bloque europeo en materia energética, desarrollo digital, migración e inversiones. El discurso constituyó una bofetada al populismo mundial, cuya figura cumbre, sin embargo, no tardó en invitar a Macron a hacer una visita oficial a los Estados Unidos. Donald Trump, presente en Davos, moderó su discurso y le introdujo matices, como el señalamiento de que su lema de “América primero” no significa “América sola”, pero la abierta contradicción con el mandatario francés no puede ser disimulada.
Macron abrió la plaza para los mensajes europeístas de la canciller alemana, Ángela Merkel, y el primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, quien celebró la recuperación del espíritu integrista en el 2017, pero previno contra la posibilidad de moderar las ambiciones de progreso en el 2018.
Concluida su intervención en Davos, Macron marchó a una amplia gira por África. Con este ritmo de visitas en todo el mundo, el mandatario procura ensanchar el horizonte de Francia. Días antes, en Londres, concluyó acuerdos financieros con el Reino Unido, que le permitirán a París despachar tropas para conservar la paz en Mali y atender el influjo migratorio africano.
Al cabo de la Segunda Guerra Mundial, el general Charles de Gaulle extendió su mano a los gobernantes alemanes para impulsar los incipientes acuerdos de integración europea. En aquel momento, y por razones diferentes, el esfuerzo se hizo en ausencia del Reino Unido. Hoy, después del brexit, la alianza francogermana es todavía clave para el futuro de la Unión Europea.
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Alemania, Francia y el Reino Unido conforman el eje vital de la seguridad europea confiada a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pero el retiro británico de la Unión planteó al Viejo Continente uno de sus más formidables retos en décadas. Las negociaciones para concretar la salida de Londres apuntan a una ruptura “suave”, sin las drásticas consecuencias previstas el día del sorpresivo resultado, pero el trauma para el proyecto de integración es grande. Ángela Merkel, no obstante su imponente desempeño, difícilmente logrará enfrentarlo por sí sola. El surgimiento de la figura de Macron es entonces providencial, no solo para una Francia venida a menos en años recientes, sino para Europa y el mundo.
El presidente francés insiste en la necesidad de aprovechar las ventajas del comercio internacional, impulsar la innovación (para lo cual invitó a inmigrantes de talento a radicarse en su país) y, al mismo tiempo, preocuparse por los grupos desplazados por los cambios. De esos grupos se nutren los populistas de izquierda y derecha en todo el mundo. Ojalá el liderazgo de Macron y Merkel, acompañado por Gentiloni, consiga poner freno a la oleada que hace poco más de un año parecía imparable.