El populismo británico sufrió una devastadora derrota al elegir a su principal exponente para encabezar el Partido Conservador y reemplazar a Theresa May en el cargo de primer ministro. La afirmación parece contradictoria, pero Boris Johnson llega al número diez de la calle Downing con más demagogia que logros y la promesa de retirar al país de la Unión Europea a más tardar el 31 de octubre, haya un acuerdo o no para minimizar el impacto sobre las relaciones comerciales, financieras y migratorias con el continente.
A lo largo de la campaña, Johnson dijo saber cómo negociar con Europa para conseguir mejores condiciones que las obtenidas por May, cuyas propuestas fueron rechazadas una y otra vez por el Parlamento hasta forzar su abandono del poder. Con la misma ligereza aplicada a minimizar las consecuencias de una abrupta ruptura con Europa, el nuevo primer ministro ofrece hacer en tres meses lo que May no logró en dos años, pese a la ventaja de ser considerada, entre sus pares europeos, una estadista seria, atrapada contra su voluntad en la vorágine del brexit.
Mientras Johnson hacía campaña a favor del brexit en un autobús rotulado con la falsa promesa de ahorrar 350 millones de libras esterlinas semanales tras el retiro de la Unión Europea, May pedía a los votantes apoyar la permanencia en la Unión. En esa época, Johnson se unía a Nigel Farage, del partido independentista, para ridiculizar a Bruselas y a la misma burocracia con la cual ahora debe negociar.
El nuevo primer ministro llega al poder producto de una elección interna del Partido Conservador, muy disminuido por las tensiones del brexit. La votación se celebró entre 159.320 militantes (0,3 % del electorado) y Johnson ganó con el 66 % de los votos emitidos. Al final, obtuvo el cargo con el sufragio de 92.153 electores. Además de carecer del respaldo de una votación general, su mayoría parlamentaria apenas es de un par de votos debido a la alianza con los diez diputados del Partido Unionista Democrático.
Johnson, difícilmente, impedirá nuevas divisiones entre sus copartidarios. Hace pocos días, un grupo de conservadores se unió a otras fuerzas políticas para reducirle el margen de maniobra e impedir una ruptura radical con la Unión Europea sin considerar al Parlamento. Los ministros de Finanzas y de Desarrollo Internacional anunciaron su renuncia y los de Relaciones Exteriores y Educación ya abandonaron sus cargos. El titular de Justicia dijo estar decidido a renunciar si el primer ministro intenta dejar la Unión Europea sin un acuerdo.
Johnson no está en capacidad de asegurar el éxito de las negociaciones con Europa, pero tiene respuesta para la eventualidad —muy probable— del fracaso. El Reino Unido se irá del bloque sin más, pese a las reiteradas advertencias de un posible desastre económico y las consecuencias políticas en Irlanda y Escocia, una reacia a volver a dividirse con una frontera “dura” y la otra opuesta al brexit.
Quien escucha al nuevo gobernante podría creer que el 31 de octubre es una fecha límite impuesta por él a los negociadores europeos. Por el contrario, es la última prórroga concedida por la Unión Europea a los británicos para ratificar el acuerdo negociado con May, retirarse sin acuerdo o cancelar su salida. Es un límite fatal, endurecido por las promesas de campaña de Johnson, quien se vería obligado a dar una espectacular voltereta para pedir un nuevo aplazamiento que quizá la Unión no conceda.
El Reino Unido está encaminado a una salida traumática del bloque europeo y las consecuencias lloverán sobre el líder del populismo, atrapado a la cabeza de un gobierno debilitado por su origen y por las tensiones internas del Partido Conservador. Si las consecuencias económicas y políticas son las previstas por la gran mayoría de los expertos, los populistas sufrirán una derrota en la nación donde comenzaron a renacer hace apenas tres o cuatro años.
El daño al Reino Unido, a Europa y al mundo es producto de escuchar a quienes apelan a las emociones, no a la razón, y cultivan el nacionalismo y la sospecha frente a los demás, definidos por raza, nacionalidad o religión. Ojalá la derrota de los populistas ocurra y profundice su retroceso en las recientes elecciones europeas, salvo las británicas. Lástima los daños causados.